domingo, octubre 30, 2005

Agua, sal de mi canilla. Quiero que me hagas cosquillas...


   Desde hoy, domingo 30 de octubre a las 10.25 de la mañana, tengo agua.
   Todo lo que atañe a los servicios lo resolví de extrañas maneras.
   El teléfono me lo conectaron el mismo día en que me mudé. Parecía que los de Telecom hubieran estado escondidos esperando mi llegada a la nueva casa. Con toda seriedad me preguntaron en qué sitio estaría ubicado el teléfono, a pesar del lío de bolsas de cemento, herramientas y muebles que había. Aún hoy, tres semanas después, todavía ando con el aparato, el cable y la ficha enredados por cualquier lado, como objetos molestos.
   Para conectar la luz, cansado de esperar al inspector de la EPE, terminé por aceptar la sugerencia de Don Chicho, vecino de enfrente, quien una mañana me dijo con su voz arrastrada de borrachín tempranero: “¿Porqué no te “enganchás” vos mismo pibe? Yo estoy “colgado” desde el ‘84”.
   Que estaba “colgado” hacía tiempo no había dudas. Hombre de gran corazón, yo sabía su nombre por los gritos de su mujer, también aficionada al alcohol y digno personaje de la serie “Mujeres asesinas”.
   Pero el tema del “agua” fue peor. Por los problemas entre el Estado y la Empresa de “Aguas…”, yo directamente estaba “sonado”. En tres semanas casi no cociné, por no poder lavar las verduras ni los platos. Por lo mismo, la heladera estaba apagada y llena de cosas. En el lavarropas guardaba mi cámara de fotos. Para el mate y el inodoro, cargaba baldes en lo de los vecinos. También me acostumbré en ese tiempo a bañarme en casas de amigos. Mis visitas a tomar mate por ejemplo eran con baño incluido. Para nada me ofendía que me ofrecieran:-“¿Querés dulce o amargo? ¿Querés bizcochos? ¿No querés bañarte?”-
   Pero hoy el flujo divino llegó a mí. Cansado de pelear contra la empresa de “Aguas…”, otra vez la solución fue marginal. Ya me estoy malacostumbrando.
   En pleno domingo, a las 7 de la mañana, casi anunciada por el coro de ladridos de los 20 perros del vecino de enfrente, enloquecidos por el paso de una perra alzada, llegó la cuadrilla aguadora de –cuando no- correntinos, en una Fiorino. Enseguida el más flaquito, con una varita de hierro suspendida balanceándose entre sus dedos, cual hada con su varita mágica, adivinaba con tan simple herramienta el lugar exacto por donde pasaba el caño maestro, un metro bajo tierra. En tres horas, bajo la atenta mirada de los 20 perros, tranquilos mientras no pasara la perra alzada, terminaron el operativo y un chorro continuo de excelente presión, inundó mi terreno. De repente, todo era agua de red, limpia y transparente.
   Yo estaba eufórico. Acomodé mi casa para la jornada de “parquización”. Busqué a la Negra, su níspero y su bordeadora, y compré chorizos, pan, cervezas y una caja de vinos de regalo para el peluquero, por tantos favores recibidos.
   Por la cantidad de gente que llegó, me di cuenta que mi nivel de convocatoria, en una calificación de uno a cinco, daría cero.
   Apenas vino una pareja de amigos, de esos que evitan siempre hacer algo por sí mismos, si pueden hacerlo por los demás. También se acercó Daniel García, artista, cumplidor de la palabra empeñada, y para mí, junto a otro García, el pintor contemporáneo de Rosario que más disfruto. De una mano traía una principesca araucaria. De la otra, traía a un tal Ariel o Daniel Duprat, a quien presentó con tanta pompa, que no registré si era crítico de arte, o curador, o director de museo, o un poco de cada cosa.
   La jornada fue intensa. Colocación de postes para un quincho, corte de césped, plantación de árboles, ingestión de choripán y cerveza. En la soledad, la Negra y yo bebimos dos botellas más de cerveza en minutos, e hicimos el amor como orgullosos sexópatas. A las 11 de la noche despertamos de una siesta tremenda y continué trabajando en la instalación sanitaria hasta la madrugada.
   Toda esta energía creo, se debe a mi flamante conexión de agua. Nunca imaginé que sería tan abismal la diferencia de estar o no “en la red”.
   Poco a poco, mi aspecto reseco, áspero, se irá aproximando otra vez al de una persona normal, de esas tantas que vemos por la calle, alegres y seguras “conectadas”, rebosantes de luz, agua y teléfono…

Próxima entrega:
Gente legal

martes, octubre 25, 2005

Ahora va en serio


   Parece que a mucha gente le copa la idea de dedicarse a la jardinería un domingo en algún lugar recóndito de nuestra urbe. Tanto que me hicieron tomar en serio mi propia propuesta de "parquizar" mi casa. Para estos osados aventureros, además de mi cariño y agradecimiento, van las siguientes indicaciones:
   - La casa no dispone de comodidades, como sillas, instalaciones de agua, el baño no está convenientemente habilitado, etc. (no quisiera que alguien se sorprenda mal y se me deprima). Pueden entusiasmarse pensando que sería como ir a un safari.
   - Los que lleguen cerca del mediodía, serán partícipes de una choriceada espontánea. La carnicería cercana cierra a las 13 hs. Para la tarde alguien amenazó con torta asada.
   - Nadie pregunte qué planta puede llevar o no. Todo viene bien. Dejaré que me sorprendan.
   - La dirección: José Ingenieros 8447, esquina Pasaje Gurí. Llegan: el 115, a 4 cuadras (bajarse en Paso y Wilde). Es el más rápido y seguro. El 110 negro y creo que el 146, ambos, punta de línea. Pueden dormir tranquilos hasta que sientan que el colectivo se detiene del todo entre campos de maleza y caballos de ciruja pastando.
   - Mi teléfono: 451-5924, por si alguien se pierde.
   Buen viaje y suerte.

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Agua, sal de mi canilla. Quiero que me hagas cosquillas...

domingo, octubre 23, 2005

Plan D: Versión “psicobolche nostálgico”


   Plan D: Gómez Delivery versiòn “psicobolche nostálgico”
   ¡Atención Brigadistas!
   Como otrora las experiencias revolucionarias de alfabetización en Cuba o recolección de café en Nicaragua, esta vez nuevos rumbos nos conducen en nuestra lucha contra el imperialismo.
   En vinculación a una fina estrategia que no viene al caso explicar ahora, elaborada para poner freno a la carrera armamentista que propone el capitalismo salvaje, nefasto y yanqui, se ha decidido enviar una delegación de brigadistas revolucionarios argentinos a la barriada de Fisherton, en Rosario, con la misión de parquizar terrenos baldíos.
   Esta verde ocupación simbólica, se iniciará con una experiencia piloto, casualmente en el lote del camarada Víctor Gómez, José Ingenieros 8447, durante la jornada completa del próximo domingo 30 de octubre.
   Los camaradas brigadistas deberán concurrir portando plantines, almácigos, brotes y semillas de todo aquello que consideren pueda mejorar el aspecto de un jardín, y vistiendo el inevitable uniforme: boina de paño negra con pin del Che, morral verde y borcegos sucios.
   Como no podemos organizar una “Ferifiesta” en tan corto tiempo, se ha resuelto recaudar los fondos necesarios para la campaña revolucionaria de parquización de la siguiente manera: a sabiendas de que en nuestras filas hay compañeros en muy buena posición económica, pero que no tienen la culpa de ello, se los conmina a resolver su burguesa contradicción, adquiriendo obras de arte de Víctor Gómez, de la serie Road Art, llamando a su nuevo teléfono: 4515924, o enviando mail a totemca@hotmail.com.
   ¡Compañeros brigadistas, no pierde quien nunca se rinde!
   ¡No al imperialismo!
   ¡No nos desviemos del camino revolucionario señalado por Sandino y el Che!
   ¡Todos a parquizar el terreno de Víctor Gómez o a comprarle obras!
   ¡La lucha continúa!
   ¡Fuera yanquis de Argentina!
   Firmado: Víctor Gómez

Próxima entrega:
Ahora va en serio

viernes, octubre 21, 2005

Acerca de cercar...


   ¿Habrá alguna relación etimológica entre ambas palabras? “Acercar”, podría significar “sin cercar” por ejemplo. Y “alejar” es casi un sinónimo de “cercar”.
   Estos hallazgos se me ocurren ahora, cuando por la bendita “seguridad”, y sin tener agua aún, me apuré a cercar mi terreno.
   Los chicos del barrio, futboleros, robacables, cazadores de gomera al cuello, ya no se sientan a un metro de distancia para verme trabajar en la obra y hacer preguntas simples, ni cruzan el terreno para acortar sus recorridos a la cancha de fútbol, a la escuela, al almacén, o simplemente deambulando en torno a mi casa.
   El perímetro imaginario era sólo eso, tan de fantasía como sus juegos.
   Ahora, a los mismos chicos los veo pasar a lo lejos y fragmentados por la fina silueta de trama romboidal de mi tejido de alambre...

Próxima entrega:
   Plan D: Gómez Delivery versiòn “psicobolche nostálgico”

domingo, octubre 09, 2005

Día de mudanza


    En este parque de 70 hectáreas, orgullo mendocino -el 2º en el mundo en extensión dentro de una ciudad, según me informó un taxista-, rodeado de bosques de plátanos, álamos, eucaliptos, carolinos y motos, con el Cerro de la Gloria a la vista, bajo un sol cuyano espectacular y escuchando los sonidos de blues de Pappo y los rugidos de los leones del zoológico cercano retumbando entre las montañas, no logro procesar la sucesión de infortunios del día de ayer, viernes 7 de octubre, “día de mudanza”.
    A pesar del detalle de carecer de luz, agua, gas, instalaciones sanitarias, cocina... debía mudarme a mi nuevo monoambiente de ladrillo y chapa, para poder entregar las llaves de la casa alquilada.
    Bajo el influjo de los vahos de los “tacos mejicanos” (guacamole, frijoles negros, cerdo y chile) y marihuana que provienen del puesto de enfrente, atendido por un tal “Stone” o “Tepasoloquequierasporla- fackingfronterahuevónnotenéspapelparafumar?”, logro recordar los acontecimientos:


    El jueves acomodo los muebles pesados cerca de la puerta de salida y guardo bártulos en cajas hasta la 1 de la madrugada. Para complicar la mudanza, decido no dejar de dar clases por la mañana y viajar a un encuentro de motos en Mendoza por la noche.
    A las 6 de la mañana me levanto para esperar un flete pedido para las 7. Este nunca llega.
    Acomodo más cosas, voy a dar clases, regreso al mediodía y espero el flete pedido para las 12 hs. Este nunca llega.
    Cuando está por colapsar mi sistema nervioso, llega un flete a las 2 de la tarde. Cargo en él heladera, lavarropas, estanterías, somier, obras, hierros viejos, cajas y más cajas.
    En lo de una amiga descargo todo lo que no me fuera indispensable para los 3x4 metros de mi nuevo hogar. Hacia allá nos dirigimos.
    Acordamos con el fletero en reencontrarnos en Wilde y Córdoba, para luego yo indicarle la ubicación exacta. Me adelanto en auto a la terminal y compro mi pasaje a Mendoza. Consigo el único disponible a las 9 de la noche. Por una confusión me estaciono a esperar al fletero en Sarratea y Córdoba. Estuvimos esperándonos el uno al otro durante más de media hora en esquinas diferentes y a una cuadra de distancia. Por fin descargamos y regreso a la vieja casa a terminar de guardar cosas, limpiar y entregar las llaves. 17 hs. El tiempo se acorta y aumentan las complicaciones.
    Como solución rápida y alternativa, cruzo varias cajas a lo de mi vecina, incluida mi perra, además de usarle el teléfono 20 veces.
    A las 6 de la tarde estoy agotado, sucio y aún con un soberano despelote de cosas por guardar o tirar, además de apliques, estufa y otros elementos que desamurar.
    A las 19 hs llega la Negrita a colaborar y con aires de pretender limpiar en una hora lo acumulado en meses. En minutos asea dos habitaciones y tira 20 bolsas de basura.
    A las 19.30 no encuentro las llaves del auto. Entramos las 20 bolsas de basura. Las vaciamos sobre el piso buscando las llaves. A las 20 hs corro 6 cuadras por un cerrajero.
    A las 20.30 el cerrajero logra abrir la puerta del auto pero la dirección está trabada, y necesito guardarlo en el garaje. Lo de entregar las llaves de la casa ya es una quimera.
    Llamo un taxi. Cargo en él mis 6 valijas con la mercadería para el encuentro de motos.
    No sé porqué el cerrajero se toma tanto tiempo en hacer añicos el tambor del volante. A las 20.50 logra destrabar la dirección. El taxista resopla aliviado. Entre el cerrajero, el taxista, la Negrita y yo, entramos el auto en el garaje. El taxista decide dirigirse a la terminal atravesando pleno centro. La Negrita desciende en Suipacha y Santa Fe, preguntándose porqué sale con semejante pelotudo que nunca tiene copias de ninguna llave.
    A las 21.10, con algunas valijas colgadas de los hombros y otras arrastrándolas por el piso, corro un andén interminable, al advertir mi ómnibus a Mendoza aún estacionado en su plataforma. Una señorita muy simpática se interpone repentinamente y me pregunta:-“¿Vos sos Víctor Gómez? Hubo problemas con los pasajes, algunos se vendieron dobles y te quedaste sin asiento. Pero podés esperar el refuerzo de las 22.30”.
    El “refuerzo”, “reincómodo”y “redestartalado”, salió “retarde”: a medianoche...


    Ahora, ya en Mendoza, me queda relajarme aprovechando el “cambio de aire”. Claro que no debo perder de vista mi urgente necesidad de vender en este motoencuentro como para pagar el martes la cuota del terreno, varias deudas acumuladas y el sistema completo de cerraduras del auto.

Próxima entrega: Acerca de cercar...

jueves, octubre 06, 2005

Final de obra


   A medida que avanzó “la obra”, decreció mi salud. A la insolación de hace unos días, siguió una gripe y anginas que fui amurando contra una pared de remedios que me permitieron seguir con este ritmo de trabajo de 8 de la mañana a 9 de la noche.
   Aunque más que el dolor de garganta, la fiebre, el decaimiento, lo que más me afectó los nervios fue el estreñimiento, la constipación. Eso me mata. Pero arriba del andamio se hace difícil almorzar brotes de soja, repollo colorado, zanahoria, pimiento y cebolla cocinados al wok en salsa de soja. ¡Hay que darle al sánguche y la fatura nomás!
   Pero llegó el día del “final de obra”. Esto en lo que atañe a mi contrato con los albañiles.
   Este día fue el mas intenso pero el más agradable. Busqué a los albañiles en Granadero Baigorria. Eran dos. Cuando les confirmé el asado, se sumaron otros dos. Nos dividimos las tareas. Mario y yo, atornillar las chapas. "El Oscar”, amurar la puerta del baño. Alejandro, colocar las últimas hiladas. Y Pochito, estaba en todos lados, pero fundamentalmente, en la hormigonera. Su figura baja y robusta hacía juego con la máquina. Siempre solícito, cebaba mate, acercaba ladrillos. Se acomodaba a los requerimientos de todos. Yo por ejemplo, le pedía que sacara fotos. Era como el “líbero” del grupo. Los dos albañiles músicos, uno guitarrista, y el otro baterista, bromeaban con Pochito diciéndole que les faltaba un “bajo” en la banda. Yo temía por Pochito cada vez que rodeaba el pozo ciego, aunque éste no tuviera mas de un metro de profundidad. ¡A ver si todavía lo perdíamos a Pochito!
    En la mañana colocamos las chapas, cuyo galvanizado plateado refracta el calor. Me cociné parejo, sol de arriba, reflejo de las chapas de abajo... Todo ladrillo, toda viga, toda puerta, fue colocada bajo el control estricto de líneas demarcadoras de hilos de algodón. Los albañiles realizan una maniobra casi ilusionista para sujetar los hilos con ausencia de nudos, sólo por su propia tensión. Dos semanas no me alcanzaron para descifrar la fórmula secreta y la ley física que la rige.

    Fui a comprar el asado. Lamenté con "el Oscar” no tener platos ni cubiertos. Él sonrió: "cubiertos traemos todos", me dijo. Es decir, venían preparadísimos para el evento. Luego me enteré de cierta especie de rito o maldición de los albañiles: si el “patrón” no paga el asado con el “final de obra”, los albañiles colocan ramas sobre el techo, para que todo el barrio se entere.
   Menos mal que no reparé en gastos. Y salió un asado espectacular. El encargado fue Mario, “el albañil”. Y Mario, “el peluquero” fue el que recomendó vaya a lo de Mario, “el carnicero”. Fue un asado realizado por una conjunción de Marios. Entre cinco estómagos, dimos cuenta de 2 kilos y medio de costilla, uno de vacío, 5 chorizos, 1 Kg. de pan, 2 mayonesas y 2 Naran Pol Cola.
   Por la tarde se hizo la carpeta, el apoyo para el tanque de agua y me ayudaron a terminar el puente. Así terminó el contrato con los albañiles: $ 1600.- Lo del corralón, chapas, hierros, significaron el doble del dinero con el que contaba, $ 4000.- Más deudas...
    Llegó el flete de los albañiles, en el que cargaron caballetes, tablas, hormigonera, baldes. Entre las fotos, mates y charlas, parecía que en realidad, no querían irse nunca. Nos despedimos con abrazos, como amigos que hubiesen compartido un campamento de dos semanas en las montañas y supiéramos que sería difícil que nos volviéramos a cruzar alguna otra vez en la vida.

Próxima entrega: Día de mudanza

martes, octubre 04, 2005

Del dicho al techo

   Ya estoy en los finales de esta primera etapa de mi obra, un monoambiente apto para mudarme lo antes posible y al menor costo.
   Me preguntaron: -¿Cuándo techan?
   Yo respondí: -Hace una semana me intimaron a desalojar. Debo dos meses de alquiler.
   Creí que me habían preguntado: “¿Cuándo te echan?” lo que era para mí más inminente.
   Es paradójico esto de tener que techar antes que me echen. Pero mi techo ya es un hecho.
   Hace un par de días llegué a la obra con cuatro hermosas chapas de 4,50 metros de largo, atadas arriba del auto. Parecía que iba a levantar vuelo. Corté y pinté las vigas de caño y ya están colocadas.

   Anoche, mientras amurábamos puertas y ventanas bajo una tempestad por explotar, pasaron dos nenas del barrio y una exclamó: ¡qué linda casita! La frase me conmovió hasta las lágrimas. Les saqué una foto. Habían dicho una gran verdad. Ya casi tengo una casa de duendes.
   Así olvidé mi estado febril, mi garganta al rojo vivo (tengo la cadencia de voz de “Tornado”, el caballo del “Zorro”), mi sinusitis, el antibiótico de las 20 horas y la situación de peligro que sufrí esa tarde. Me dirigía a la obra por la Circunvalación, a 90 Km. por hora, cuando se abrió el capot del auto, dando de lleno contra el parabrisas delantero y tapándome toda la visión. Maniobrando a tientas, calculé la posición de la banquina y frené lentamente en plena subida hacia un puente. Cerré el capot atándolo con una soga. Dudé un momento en ir a cambiar el parabrisas hecho astillas, pero la dirección ya estaba marcada: a la “obra”.

   Y elegí bien. Está todo listo para colocar las chapas y hacer la carpeta. Los 220 mugrosos pesos del parabrisas con respecto a mi crisis financiera, serán como un grano de arena en una playa infinita. Tanto como el costo del asadito que nos merecemos y prometí a Oscar y sus cinco peones, cuando los llevé or la noche hasta sus casas en Granadero Baigorria, encimados unos sobre otros y todos sobre las herramientas, en mi pequeño Gol con parabrisas destrozado...

Próxima entrega: Final de obra

domingo, octubre 02, 2005

Madascagar (el día que la rebautizaron “por Iglesia”)

   Empecinado en controlar no me destruyan la obra o me roben ladrillos, el domingo decidí acercarme a la construcción aunque estaba con mi hija Muriel, de seis años. Pensé que juntos, además, podríamos “vivenciar” el barrio, aprovechando una hermosa plaza a unas cuadras y la proyección de “Madagascar” en “la Capilla”, según rezaba una fotocopia pegada en el único de los seis kioscos ubicados en el radio de 30 metros de mi terreno donde se consigue gaseosa, Narampol, sabor cola y lima limón. El resto vende exclusivamente cerveza.
   A las 15.30, llegamos puntualmente a las puertas de “la Capilla” y nos llevamos el primer fiasco. Asomó el seminarista “Mantenganlapaz”, de jogging gris y remera blanca, explicando que estaban ensayando no sé qué cuernos y que el proyector no había llegado, por lo tanto había un retraso de 20 minutos para el inicio de la función.
   Acostumbrados a los golpes de la vida, los cincuenta chicos notoriamente carenciados que nos rodeaban, no cesaron en su nivel de excitación. Para mantenerlos entretenidos, Sor “Tarada”, también de jogging gris y remera blanca, con agudos chillidos ordenaba:-¡A ver monaguillos, vamos todos a jugar para allá!¡Ahora, monaguillos, vengan para acá...!
   Aquel espectáculo de histeria pedagógica mantuvo la curiosidad de mi hija durante la espera, que finalmente fue de una hora y media.
   Cuánta gente está convencida que a los “pobres”, cualquier cosa les viene bien, total, “como son pobres”... y terminan desafiando y sacrificando lo único que les queda, su dignidad como personas. Este era el caso de los organizadores de la función, “pichones de tragacirios”, que continuaron con su bochorno. Una señora les comunicó afligida que había caminado 20 cuadras para ver la película, pero carecía de los 50 centavos para cubrir el valor de la entrada. Le contestaron que iban a hablar de su caso con el cura, pero que creían que casi seguro, no “iba a tener problemas”.
   A la hora de espera, Sor “Tarada” se vio obligada a ensayar con los adultos presentes una dudosa explicación sobre la demora, aduciendo que el proyector que venía de Bs. As, en colectivo, había seguido de largo para San Nicolás(?), y que la camioneta ya había partido a buscarlo a Barrio Ludueña(?).
   En ese instante llegó un chico en bicicleta con un cable prolongador y de un desvencijado vehículo descendió una señora portando doblado un cubrecamas blanco con relieves a cuadros y flecos. Me angustió un tanto pensar que podría tratarse de la “pantalla de proyección”. No me equivoqué.
   A la hora y media llegó otro seminarista con un bolsito colgado al hombro: el bendito proyector. Entramos todos a la “Capilla” pagando los 50 centavos por cabeza mientras nos daban palmaditas en la espalda.
   Para oscurecer el recinto y mejorar la calidad de la proyección, habían fijado diarios con cinta de embalar sobre los largos y altísimos vitrales de la Iglesia.
   El párroco, de jogging gris y remera blanca, emitió unos chistes idiotas por el micrófono y apoyó a este en la salida de volumen del DVD, para amplificar el sonido. Tan precario sistema inundó nuestros oídos de espantosos acoples y zumbidos, tapando por completo los diálogos desde el inicio de la película. Pero bueno, tampoco se pongan en exigentes. Siendo “pobres”, con la imagen sola, se tendrían que contentar igual.
   Pero la imagen también era desastrosa. A la insolencia de tener que ver a los simpáticos personajes como el león Alex, “infectos” de protuberancias cuadradas, originadas por las sombras del gofrado del cubrecamas, se sumaban los claros blanquecinos que impregnaban la pantalla, ora de un lado, ora del otro cuando algún diario precariamente encintados se despegaba de los vitrales. El seminarista “Cintadeembalar”, apilando una silla sobre una mesita, corría entonces a pegar los diarios nuevamente, cruzando por delante de la pantalla a cada instante.
   Continuando con sus dudosos “criterios de contención”, Sor “Tarada” gritó: “Monaguillos, ¿quién quiere jugo?-, orgullosa denominación para un brebaje de extraños colores anaranjados y liliáceos en movimiento.
   Reafirmando el desinterés por la proyección, seminaristas portando jarras cruzaban la pantalla para servir aquélla poción en vasos de plástico, pero los chicos “pobres“ preservaron sus ya castigadas pancitas de aquel virus del Ébola, depositándolos sobre las sillas vacías en inestable equilibrio, o directamente, volcándolos al piso.
   Aquella “proyección” de verdadero desprecio por el prójimo terminó como tenía que terminar. A los 20 minutos, los chicos “pobres” afirmaron su desconfianza sobre las buenas intenciones de Dios Padre y salvaron su dignidad, dedicándose bajo ese techo sagrado, a saltar, patear sillas y jugar a la “popa”.
   Muriel y yo nos retiramos aliviados y contentos de poder disfrutar de las horas de sol que restaban de un hermoso día.

Próxima entrega: Del dicho al techo