domingo, octubre 02, 2005

Madascagar (el día que la rebautizaron “por Iglesia”)

   Empecinado en controlar no me destruyan la obra o me roben ladrillos, el domingo decidí acercarme a la construcción aunque estaba con mi hija Muriel, de seis años. Pensé que juntos, además, podríamos “vivenciar” el barrio, aprovechando una hermosa plaza a unas cuadras y la proyección de “Madagascar” en “la Capilla”, según rezaba una fotocopia pegada en el único de los seis kioscos ubicados en el radio de 30 metros de mi terreno donde se consigue gaseosa, Narampol, sabor cola y lima limón. El resto vende exclusivamente cerveza.
   A las 15.30, llegamos puntualmente a las puertas de “la Capilla” y nos llevamos el primer fiasco. Asomó el seminarista “Mantenganlapaz”, de jogging gris y remera blanca, explicando que estaban ensayando no sé qué cuernos y que el proyector no había llegado, por lo tanto había un retraso de 20 minutos para el inicio de la función.
   Acostumbrados a los golpes de la vida, los cincuenta chicos notoriamente carenciados que nos rodeaban, no cesaron en su nivel de excitación. Para mantenerlos entretenidos, Sor “Tarada”, también de jogging gris y remera blanca, con agudos chillidos ordenaba:-¡A ver monaguillos, vamos todos a jugar para allá!¡Ahora, monaguillos, vengan para acá...!
   Aquel espectáculo de histeria pedagógica mantuvo la curiosidad de mi hija durante la espera, que finalmente fue de una hora y media.
   Cuánta gente está convencida que a los “pobres”, cualquier cosa les viene bien, total, “como son pobres”... y terminan desafiando y sacrificando lo único que les queda, su dignidad como personas. Este era el caso de los organizadores de la función, “pichones de tragacirios”, que continuaron con su bochorno. Una señora les comunicó afligida que había caminado 20 cuadras para ver la película, pero carecía de los 50 centavos para cubrir el valor de la entrada. Le contestaron que iban a hablar de su caso con el cura, pero que creían que casi seguro, no “iba a tener problemas”.
   A la hora de espera, Sor “Tarada” se vio obligada a ensayar con los adultos presentes una dudosa explicación sobre la demora, aduciendo que el proyector que venía de Bs. As, en colectivo, había seguido de largo para San Nicolás(?), y que la camioneta ya había partido a buscarlo a Barrio Ludueña(?).
   En ese instante llegó un chico en bicicleta con un cable prolongador y de un desvencijado vehículo descendió una señora portando doblado un cubrecamas blanco con relieves a cuadros y flecos. Me angustió un tanto pensar que podría tratarse de la “pantalla de proyección”. No me equivoqué.
   A la hora y media llegó otro seminarista con un bolsito colgado al hombro: el bendito proyector. Entramos todos a la “Capilla” pagando los 50 centavos por cabeza mientras nos daban palmaditas en la espalda.
   Para oscurecer el recinto y mejorar la calidad de la proyección, habían fijado diarios con cinta de embalar sobre los largos y altísimos vitrales de la Iglesia.
   El párroco, de jogging gris y remera blanca, emitió unos chistes idiotas por el micrófono y apoyó a este en la salida de volumen del DVD, para amplificar el sonido. Tan precario sistema inundó nuestros oídos de espantosos acoples y zumbidos, tapando por completo los diálogos desde el inicio de la película. Pero bueno, tampoco se pongan en exigentes. Siendo “pobres”, con la imagen sola, se tendrían que contentar igual.
   Pero la imagen también era desastrosa. A la insolencia de tener que ver a los simpáticos personajes como el león Alex, “infectos” de protuberancias cuadradas, originadas por las sombras del gofrado del cubrecamas, se sumaban los claros blanquecinos que impregnaban la pantalla, ora de un lado, ora del otro cuando algún diario precariamente encintados se despegaba de los vitrales. El seminarista “Cintadeembalar”, apilando una silla sobre una mesita, corría entonces a pegar los diarios nuevamente, cruzando por delante de la pantalla a cada instante.
   Continuando con sus dudosos “criterios de contención”, Sor “Tarada” gritó: “Monaguillos, ¿quién quiere jugo?-, orgullosa denominación para un brebaje de extraños colores anaranjados y liliáceos en movimiento.
   Reafirmando el desinterés por la proyección, seminaristas portando jarras cruzaban la pantalla para servir aquélla poción en vasos de plástico, pero los chicos “pobres“ preservaron sus ya castigadas pancitas de aquel virus del Ébola, depositándolos sobre las sillas vacías en inestable equilibrio, o directamente, volcándolos al piso.
   Aquella “proyección” de verdadero desprecio por el prójimo terminó como tenía que terminar. A los 20 minutos, los chicos “pobres” afirmaron su desconfianza sobre las buenas intenciones de Dios Padre y salvaron su dignidad, dedicándose bajo ese techo sagrado, a saltar, patear sillas y jugar a la “popa”.
   Muriel y yo nos retiramos aliviados y contentos de poder disfrutar de las horas de sol que restaban de un hermoso día.

Próxima entrega: Del dicho al techo