jueves, octubre 06, 2005

Final de obra


   A medida que avanzó “la obra”, decreció mi salud. A la insolación de hace unos días, siguió una gripe y anginas que fui amurando contra una pared de remedios que me permitieron seguir con este ritmo de trabajo de 8 de la mañana a 9 de la noche.
   Aunque más que el dolor de garganta, la fiebre, el decaimiento, lo que más me afectó los nervios fue el estreñimiento, la constipación. Eso me mata. Pero arriba del andamio se hace difícil almorzar brotes de soja, repollo colorado, zanahoria, pimiento y cebolla cocinados al wok en salsa de soja. ¡Hay que darle al sánguche y la fatura nomás!
   Pero llegó el día del “final de obra”. Esto en lo que atañe a mi contrato con los albañiles.
   Este día fue el mas intenso pero el más agradable. Busqué a los albañiles en Granadero Baigorria. Eran dos. Cuando les confirmé el asado, se sumaron otros dos. Nos dividimos las tareas. Mario y yo, atornillar las chapas. "El Oscar”, amurar la puerta del baño. Alejandro, colocar las últimas hiladas. Y Pochito, estaba en todos lados, pero fundamentalmente, en la hormigonera. Su figura baja y robusta hacía juego con la máquina. Siempre solícito, cebaba mate, acercaba ladrillos. Se acomodaba a los requerimientos de todos. Yo por ejemplo, le pedía que sacara fotos. Era como el “líbero” del grupo. Los dos albañiles músicos, uno guitarrista, y el otro baterista, bromeaban con Pochito diciéndole que les faltaba un “bajo” en la banda. Yo temía por Pochito cada vez que rodeaba el pozo ciego, aunque éste no tuviera mas de un metro de profundidad. ¡A ver si todavía lo perdíamos a Pochito!
    En la mañana colocamos las chapas, cuyo galvanizado plateado refracta el calor. Me cociné parejo, sol de arriba, reflejo de las chapas de abajo... Todo ladrillo, toda viga, toda puerta, fue colocada bajo el control estricto de líneas demarcadoras de hilos de algodón. Los albañiles realizan una maniobra casi ilusionista para sujetar los hilos con ausencia de nudos, sólo por su propia tensión. Dos semanas no me alcanzaron para descifrar la fórmula secreta y la ley física que la rige.

    Fui a comprar el asado. Lamenté con "el Oscar” no tener platos ni cubiertos. Él sonrió: "cubiertos traemos todos", me dijo. Es decir, venían preparadísimos para el evento. Luego me enteré de cierta especie de rito o maldición de los albañiles: si el “patrón” no paga el asado con el “final de obra”, los albañiles colocan ramas sobre el techo, para que todo el barrio se entere.
   Menos mal que no reparé en gastos. Y salió un asado espectacular. El encargado fue Mario, “el albañil”. Y Mario, “el peluquero” fue el que recomendó vaya a lo de Mario, “el carnicero”. Fue un asado realizado por una conjunción de Marios. Entre cinco estómagos, dimos cuenta de 2 kilos y medio de costilla, uno de vacío, 5 chorizos, 1 Kg. de pan, 2 mayonesas y 2 Naran Pol Cola.
   Por la tarde se hizo la carpeta, el apoyo para el tanque de agua y me ayudaron a terminar el puente. Así terminó el contrato con los albañiles: $ 1600.- Lo del corralón, chapas, hierros, significaron el doble del dinero con el que contaba, $ 4000.- Más deudas...
    Llegó el flete de los albañiles, en el que cargaron caballetes, tablas, hormigonera, baldes. Entre las fotos, mates y charlas, parecía que en realidad, no querían irse nunca. Nos despedimos con abrazos, como amigos que hubiesen compartido un campamento de dos semanas en las montañas y supiéramos que sería difícil que nos volviéramos a cruzar alguna otra vez en la vida.

Próxima entrega: Día de mudanza