viernes, enero 11, 2013

Tiempos de mierda. ¿Qué culpa tienen los chinos?



Tiempos de mierda. ¿Qué culpa tienen los chinos? (Gómez Delivery, final, final)


El viernes por la tarde estoy en la linda placita Bélgica, próxima al Parque Urquiza, trabajando en el montaje de la muestra de fin de año del taller de arte. No me decido aún en qué orden montar los balconcitos de cerámica y madera de los chicos sobre el fondo pintado de fibrofácil.
En un barrio de la zona oeste de la ciudad, Javier, apoyado expectante contra la reja del  patio delantero de su casa, grita a cada instante: -“¡Pasá, dale, y te vuelo las patas a tiros!”-. La escopeta 16 de caño recortado apuntando y el gatillo levemente apretado, subrayan su decisión. Los nervios y el miedo no le pueden superar, sabiendo que sus dos hijos, de 1 y 3 años, están refugiados en el dormitorio, por orden de él mismo. Justamente el mas grande fue el que lo alertó, cuando entró llorando y a los gritos, abandonando su triciclo en la vereda.  Aquella horda de unas 300 personas que irrumpió en la calle a puro fierro para tomársela con el supermercado chino de en frente persiste en actitudes salvajes y alocadas, vaciando el negocio, como si la policía y los balazos de goma no existieran.
La mayoría son pibes, 15, 20 años. Pero Javier descubre a su propio vecino, hombre de 60 años, -“con casa, auto y todo…Ahí estaba el desgraciado, tapándose con un pañuelo corte chorro”- me comentará al día siguiente –“choreándole a los propios chinos que ve todos los días”.   
Javier continúa alerta contra la reja de su patio. Está tenso, dolido, cansado. Viene de soportar dos días de espanto, intentando mitigar los daños provocados por la inundación de aquella lluvia tremenda que las 3 de la mañana lo despertó con 30 cm. de agua bajo la cama. Por fuerza de la desesperación logró levantar a sus hijos y salvar la heladera y algunas cosas de valor. Los colchones y otros muebles fueron a la basura.
Luego de aquél diluvio de locura ahora tiene que soportar la locura de la gente.
Javier, contra el enrejado, es testigo obligado de lo que pasa en la calle.
Un balazo de goma le da en la pierna a un nene de 8 años. Muchos padres tienen a sus críos colaborando en el saqueo. La pierna sangra. Su madre grita desencajada contra la policía. Una uniformada le responde con dos balazos de goma de lleno al cuerpo y la agarra de los pelos para meterla en el móvil policial. Al mismo tiempo le escupe: -“¡A quien vas a denunciar hija de puta, si vos estabas choreando! ¡¿Sos tarada?!¡¿Cómo traés a tu hijo a este kilombo?!
Un joven, hijo de otra vecina, viene cruzando la calle con un changuito cargado de mercaderías. La madre lo espera en la puerta. Cuando llega su hijo ella lo apalea en la espalda con una gruesa y pesada tabla. El muchacho apenas se cubre con los brazos. Queda tendido en el piso, llorando, avergonzado. La madre toma el changuito y lo devuelve al supermercado chino.
-“¡Eso haría yo con mis hijos!”- me dirá Javier-“Hay que enseñarles. No llevarlos a robar. Yo no toqué nada. Y me quedo con saber eso. Para mí, para mi conciencia”.
Entre el tumulto asoma la dueña del supermercado chino. Medio rostro aduce desesperación, invocando a la nada. El otro  medio rostro  está cubierto en sangre por un corte en la cabeza,  producto de un botellazo.
No hace mucho, tal vez un mes, Javier ya la había visto completamente desvalida, tirada en el piso, con los pechos al aire y la blusa y el corpiño  rasgados a tirones. Cuatro delincuentes encapuchados y armados habían entrado al negocio, reduciendo a los clientes -entre los que estaba él-, a los empleados y a los dueños. La avidez por encontrar dinero escondido los había llevado a desnudarla con semejante saña.
El disturbio se acrecienta. Desde la puerta de su casa, una señora no quiere perder detalle de cómo destruyen el supermercado chino. Paga cara su curiosidad morbosa. Viéndola tan expuesta, con la puerta de entrada abierta, unos pibes la empujan y le desvalijan la vivienda en segundos.-“Se jodió por vieja chismosa”- me dirá Javier.

Los focos de conflicto surgen en distintas zonas de Rosario, atentos a los movimientos de las fuerzas policiales. Por eso ahora irrumpe Gendarmería desde distintas direcciones. -“Ahí es cuando más querían meterse en mi casa Para esconderse. No. A mi casa no entra nadie. Yo estaba ahí, con mi escopeta, corte justiciero. La cara que ponían los “cabezas” cuando me veían. Parecían ratas que no sabían por donde huir”.
Mientras se produce el desbande, Javier sigue amedrentando a los aterrados intrusos que pretenden lanzarse por sobre la reja:-“¡Saltá a mi patio y te quemo las patas!”
Luego todo parece calmarse, mientras la Gendarmería se retira con varios ómnibus cargados de detenidos.
Pero Javier presiente que en alguna esquina cercana se siguen organizando para una nueva asonada, talvez en otra dirección.
-“No estoy tranquilo. Para mí que quieren volver porque saben que el supermercado chino tiene un depósito atrás, lleno de mercadería”.

“Bandas organizadas de narcos provocaron disturbios y saqueos” dirán algunos noticieros. Por los dichos de Javier, tal vez algunas gavillas de delincuentes iniciaron la movida, pero luego se prendió gente de todo tipo,  alguna de los barrios pobres, intentando alivianar sus angustias y carencias, y muchos oportunistas aprovechando la situación en provecho propio, con hambre pero de un LCD o un plasma o algo de valor que represente plata fácil. Entre ese rejunte asoma  algo en común. Algo horrible, espantoso. Emprenderla contra un distinto, un chino.
Resuenan todas las boludeces que se escuchan por ahí: “Nuestro país es un crisol de razas.” “Acá recibimos bien a todo el mundo. En otros países no te dejan ni entrar.”

Terminé el montaje de los balconcitos. Todavía resta colocar algunas los insectos de cerámica con alas y patas de metal entre algunos matorrales de la placita, pero ya la muestra de arte está encaminada para la inauguración de esta noche.
Javier dejó de vigilar su hogar a punta de escopeta y junto a otra gente solidaria está colaborando en la reconstrucción del supermercado chino.
Al día siguiente vendrá a mi casa a trabajar de “oficial albañil” y me contará estos hechos - “Duró poco…media hora, entre que barretearon la persiana y destruyeron todo el “súper”. Pobres chinos. Al final, entre varios vecinos nos pusimos a soldar y amurallar los portones del negocio. Viste como es. ¿Qué vas a esperar? ¿A los políticos? Nos tenemos que ayudar entre todos. Sino, esto no cambia más”.