Tiempos de mierda. ¿Qué culpa tienen los chinos?
Tiempos de mierda.
¿Qué culpa tienen los chinos? (Gómez Delivery, final, final)
El viernes por la tarde estoy en la linda placita Bélgica,
próxima al Parque Urquiza, trabajando en el montaje de la muestra de fin de año
del taller de arte. No me decido aún en qué orden montar los balconcitos de
cerámica y madera de los chicos sobre el fondo pintado de fibrofácil.
En un barrio de la zona oeste de la ciudad, Javier, apoyado
expectante contra la reja del patio
delantero de su casa, grita a cada instante: -“¡Pasá, dale, y te vuelo las
patas a tiros!”-. La escopeta 16 de caño recortado apuntando y el gatillo
levemente apretado, subrayan su decisión. Los nervios y el miedo no le pueden
superar, sabiendo que sus dos hijos, de 1 y 3 años, están refugiados en el dormitorio,
por orden de él mismo. Justamente el mas grande fue el que lo alertó, cuando
entró llorando y a los gritos, abandonando su triciclo en la vereda. Aquella horda de unas 300 personas que
irrumpió en la calle a puro fierro para tomársela con el supermercado chino de
en frente persiste en actitudes salvajes y alocadas, vaciando el negocio, como
si la policía y los balazos de goma no existieran.
La mayoría son pibes, 15, 20 años. Pero Javier descubre a su
propio vecino, hombre de 60 años, -“con casa, auto y todo…Ahí estaba el
desgraciado, tapándose con un pañuelo corte chorro”- me comentará al día
siguiente –“choreándole a los propios chinos que ve todos los días”.
Javier continúa alerta contra la reja de su patio. Está
tenso, dolido, cansado. Viene de soportar dos días de espanto, intentando
mitigar los daños provocados por la inundación de aquella lluvia tremenda que
las 3 de la mañana lo despertó con 30 cm. de agua bajo la cama. Por fuerza de la
desesperación logró levantar a sus hijos y salvar la heladera y algunas cosas
de valor. Los colchones y otros muebles fueron a la basura.
Luego de aquél diluvio de locura ahora tiene que soportar la
locura de la gente.
Javier, contra el enrejado, es testigo obligado de lo que
pasa en la calle.
Un balazo de goma le da en la pierna a un nene de 8 años.
Muchos padres tienen a sus críos colaborando en el saqueo. La pierna sangra. Su
madre grita desencajada contra la policía. Una uniformada le responde con dos
balazos de goma de lleno al cuerpo y la agarra de los pelos para meterla en el
móvil policial. Al mismo tiempo le escupe: -“¡A quien vas a denunciar hija de
puta, si vos estabas choreando! ¡¿Sos tarada?!¡¿Cómo traés a tu hijo a este
kilombo?!
Un joven, hijo de otra vecina, viene cruzando la calle con
un changuito cargado de mercaderías. La madre lo espera en la puerta. Cuando
llega su hijo ella lo apalea en la espalda con una gruesa y pesada tabla. El
muchacho apenas se cubre con los brazos. Queda tendido en el piso, llorando,
avergonzado. La madre toma el changuito y lo devuelve al supermercado chino.
-“¡Eso haría yo con mis hijos!”- me dirá Javier-“Hay que
enseñarles. No llevarlos a robar. Yo no toqué nada. Y me quedo con saber eso.
Para mí, para mi conciencia”.
Entre el tumulto asoma la dueña del supermercado chino.
Medio rostro aduce desesperación, invocando a la nada. El otro medio rostro
está cubierto en sangre por un corte en la cabeza, producto de un botellazo.
No hace mucho, tal vez un mes, Javier ya la había visto
completamente desvalida, tirada en el piso, con los pechos al aire y la blusa y
el corpiño rasgados a tirones. Cuatro
delincuentes encapuchados y armados habían entrado al negocio, reduciendo a los
clientes -entre los que estaba él-, a los empleados y a los dueños. La avidez
por encontrar dinero escondido los había llevado a desnudarla con semejante
saña.
El disturbio se acrecienta. Desde la puerta de su casa, una
señora no quiere perder detalle de cómo destruyen el supermercado chino. Paga
cara su curiosidad morbosa. Viéndola tan expuesta, con la puerta de entrada
abierta, unos pibes la empujan y le desvalijan la vivienda en segundos.-“Se
jodió por vieja chismosa”- me dirá Javier.
Los focos de conflicto surgen en distintas zonas de Rosario,
atentos a los movimientos de las fuerzas policiales. Por eso ahora irrumpe
Gendarmería desde distintas direcciones. -“Ahí es cuando más querían meterse en
mi casa Para esconderse. No. A mi casa no entra nadie. Yo estaba ahí, con mi
escopeta, corte justiciero. La cara que ponían los “cabezas” cuando me veían.
Parecían ratas que no sabían por donde huir”.
Mientras se produce el desbande, Javier sigue amedrentando a
los aterrados intrusos que pretenden lanzarse por sobre la reja:-“¡Saltá a mi
patio y te quemo las patas!”
Luego todo parece calmarse, mientras la Gendarmería se retira
con varios ómnibus cargados de detenidos.
Pero Javier presiente que en alguna esquina cercana se
siguen organizando para una nueva asonada, talvez en otra dirección.
-“No estoy tranquilo. Para mí que quieren volver porque
saben que el supermercado chino tiene un depósito atrás, lleno de mercadería”.
“Bandas organizadas de narcos provocaron disturbios y
saqueos” dirán algunos noticieros. Por los dichos de Javier, tal vez algunas
gavillas de delincuentes iniciaron la movida, pero luego se prendió gente de
todo tipo, alguna de los barrios pobres,
intentando alivianar sus angustias y carencias, y muchos oportunistas
aprovechando la situación en provecho propio, con hambre pero de un LCD o un plasma
o algo de valor que represente plata fácil. Entre ese rejunte asoma algo en común. Algo horrible, espantoso.
Emprenderla contra un distinto, un chino.
Resuenan todas las boludeces que se escuchan por ahí:
“Nuestro país es un crisol de razas.” “Acá recibimos bien a todo el mundo. En
otros países no te dejan ni entrar.”
Terminé el montaje de los balconcitos. Todavía resta colocar
algunas los insectos de cerámica con alas y patas de metal entre algunos
matorrales de la placita, pero ya la muestra de arte está encaminada para la
inauguración de esta noche.
Javier dejó de vigilar su hogar a punta de escopeta y junto
a otra gente solidaria está colaborando en la reconstrucción del supermercado
chino.
Al día siguiente vendrá a mi casa a trabajar de “oficial
albañil” y me contará estos hechos - “Duró poco…media hora, entre que
barretearon la persiana y destruyeron todo el “súper”. Pobres chinos. Al final,
entre varios vecinos nos pusimos a soldar y amurallar los portones del negocio.
Viste como es. ¿Qué vas a esperar? ¿A los políticos? Nos tenemos que ayudar
entre todos. Sino, esto no cambia más”.
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