viernes, enero 11, 2013

Gómez Delivery, Final ¿Final?



Gómez Delivery Final ¿Final?
                                                                                                       Dedicado a Feli



 Con varios problemas de la construcción de la casa aún irresueltos, igualmente me decidí a convivir en pareja.
Mi flamante compañera, desde el principio, mostró un alentador entusiasmo por mi obra y mi barrio.
Al segundo día de su estancia en mi obra, me señaló con aires de triunfo un escurridor de platos encontrado por ahí, en alguna vereda. Pensé-“Cartonea cosas. Ya es como del barrio”.
Con el invierno, ella comenzó a aparecerse con diarios, cartones, cajones de verdura, todo para alimentar la salamandra, único medio de calefacción. -“Definitivamente es una más del barrio”- me entusiasmé.
Otra muestra de carácter. Compró un hacha para trozar troncos y tablas. Eso fue increíble. Interrumpía su sedentario trabajo de diseñadora web para hacer recorridas husmeando volquetes  con maderas de casas en construcción.
Igualmente, un día me expuso sus límites:-“Mirá todo el pelo que tengo. Preciso mucha agua caliente para enjuagarlo”- y subrayó con los ojos húmedos-“en invierno, para bañarme, necesito agua caliente. ¿Podés entender eso? Y mucha. Sino, me cago de frío”.
Me enterneció. Además ese pelo hermoso de morocha latina había que cuidarlo. Cómo me excitan esas cabelleras abundantes y enruladas, leoninas. Compramos termotanque.
No tuvimos suerte con su instalación. Contratamos a un señor muy mayor y su hijo.
A las 7 de la mañana del día más crudo de invierno, llegaron para ver si había red de gas en mi calle. La escarcha cubría todo de blanco. El viejo, recorriendo la cuadra, cayó en la zanja. Medio cuerpo quedó sumergido en el agua helada y podrida. Tuvimos que sacarlo con el hijo tirando de ambos brazos. Encima que el viejo estaba todo mojado y hacía un frío del demonio, se fueron en moto.
Pasaban las semanas y no aparecían. Al viejo le había dado un infarto.
Pero sobrevivió. Por fin, instalaron el termotanque discutiendo tanto padre e hijo que la conexión resultó desastrosa. Hasta las paredes mismas despedían olor a gas. Yo mismo, como pude, reconecté todo. Así brotó agua caliente de la ducha en cantidades desconocidas hasta entonces en mi casa.
También mi compañera conoció la animosidad del barrio. “-¡Que alegres que son por acá! A cualquier hora tiran cohetes y petardos”. -¿Viste vos?- le respondía.
Pero la verdad surgió cuando una madrugada los disparos sonaron en mi misma vereda. Me levanté de un salto para alejar la cama del ventanal, con ella encima. Coloqué cómoda, mesa de luz y sillón a modo de barricada. Con semejante ventanal, de algún modo tenía que anular el peligro de una bala perdida.
Toda esa movida no dejó para nada tranquila a mi compañera.
Otro día, ella, a través de la ventana, vió cruzarse un perro volando a 2 metros de altura, por encima del alambrado del frente de la casa de al lado.
Parece que a mi vecino no le gustó que la pobre bestia le birlara un pollo de la parrilla. La verdad es que  los perros del barrio hacen cola para robarle el asado o servir a la  Golden que tiene atrás de la casa.
A los chicos de mi barrio no les alcanza con la inseguridad de montar bicis y motos robadas, sin casco ni papeles. Así que le agregan la  adrenalina de circular  en una rueda.
Yo volvía en bici de mi laburo cuando me zumbaron al oído-¡Eh! ¡Tío! ¡Hacé “willy”!- Estos anónimos sobrinos me pasaron como flechas en una rueda, pero además zigzagueando sus bicicletas entre cientos de autos por la transitada avenida Córdoba. Desaparecieron entre el tráfico sin apoyar nunca la rueda delantera.
-¡Esos son los pibes de mi barrio!- pensé, maravillado por tanta habilidad y audacia.
También me hicieron sentir un viejo choto.
Mi calle es ahora una pista de picadas de motos  practicando “willy”. Esto ocasiona rencillas barriales que le toca ver a mi compañera. En una de estas, el vecino de la esquina salió a gritarles a los de las motos que los iba a matar a cuetazos. Mientras los de las motos deliberaban si ellos también iban a buscar sendos fierros, el novio de la del almacén, hasta ahora un modosito con pinta de evangelista, entró en escena tildándolos a todos de “chupapijas” y que fueran a buscar sus pistolas porque él mismo los iba a “cagar a palos”.
Los problemas con el transporte urbano me suelen afectar más a mí. Cruzando la circunvalación de Rosario, subrayando la sensación de que se accede a una zona en los márgenes de la ley, los choferes, mientras conducen, se ponen a fumar como murciélagos.
Alguna vez se ha detenido el bondi a 20 cuadras de mi casa. “- Estamos autorizados a llegar hasta acá sin vigilancia. Hasta que no venga un policía, no pienso terminar el recorrido” fue la explicación del chofer.
En otras cuestiones, mi compañera parece haberse acostumbrado. Por ejemplo, cuando en el centro de Rosario, la luz se corta una o dos horas cada 24, en mi barrio hay luz por 1 o 2 horas y se interrumpe por 24.
Tal vez sea contagiosa la dureza de las mujeres de mi barrio. Aprovechan todo espacio para hacer algún curro, tener un kioskito, vender empanadas o cualquier cosa. En mi misma cuadra descubrí que hacían unos pastelitos bastante dignos, aunque distantes de los enormes y almibarados de mi querido Entre Ríos. Los hace una chica cuando el marido no tiene que ir a diálisis, al hospital. También la vi junto a su madre y tal vez alguna hermana, acomodando ladrillos. Una los lanzaba de a tres o cuatro desde la vereda, otra desde el techo los sujetaba en el aire para arrojárselos a una tercera, que los iba apilando en la planta alta en construcción.
Hace ya un tiempo que no hacen pastelitos.
Hoy, desde la cocina, vi pasar a mi compañera por la calle, tan chiquita ella pero muy resuelta, trasladando un viejo y sucio caballo, que alguna vez fue blanco. También la seguían los perros que alimentamos y algunos otros. Del frente de mi casa lo llevó al baldío trasero.
Fue fantástica su explicación:-“Lo traen siempre a pastar. El pobre bicho está casi ciego. Y yo no quería que se coma el perejil que planté adelante”.
Tal vez lo mas increíble es que ella haya persistido tanto (o sobrevivido) conmigo. Basta ver la hermosa y emocionante redondez que sobresale de su vientre, pasados los tres meses de gestación.