Gómez Delivery, Final ¿Final?
Gómez Delivery Final
¿Final?
Dedicado a Feli
Con varios problemas
de la construcción de la casa aún irresueltos, igualmente me decidí a convivir
en pareja.
Mi flamante compañera, desde el principio, mostró un
alentador entusiasmo por mi obra y mi barrio.
Al segundo día de su estancia en mi obra, me señaló con
aires de triunfo un escurridor de platos encontrado por ahí, en alguna vereda.
Pensé-“Cartonea cosas. Ya es como del barrio”.
Con el invierno, ella comenzó a aparecerse con diarios,
cartones, cajones de verdura, todo para alimentar la salamandra, único medio de
calefacción. -“Definitivamente es una más del barrio”- me entusiasmé.
Otra muestra de carácter. Compró un hacha para trozar
troncos y tablas. Eso fue increíble. Interrumpía su sedentario trabajo de
diseñadora web para hacer recorridas husmeando volquetes con maderas de casas en construcción.
Igualmente, un día me expuso sus límites:-“Mirá todo el pelo
que tengo. Preciso mucha agua caliente para enjuagarlo”- y subrayó con los ojos
húmedos-“en invierno, para bañarme, necesito agua caliente. ¿Podés entender
eso? Y mucha. Sino, me cago de frío”.
Me enterneció. Además ese pelo hermoso de morocha latina
había que cuidarlo. Cómo me excitan esas cabelleras abundantes y enruladas,
leoninas. Compramos termotanque.
No tuvimos suerte con su instalación. Contratamos a un señor
muy mayor y su hijo.
A las 7 de la mañana del día más crudo de invierno, llegaron
para ver si había red de gas en mi calle. La escarcha cubría todo de blanco. El
viejo, recorriendo la cuadra, cayó en la zanja. Medio cuerpo quedó sumergido en
el agua helada y podrida. Tuvimos que sacarlo con el hijo tirando de ambos
brazos. Encima que el viejo estaba todo mojado y hacía un frío del demonio, se
fueron en moto.
Pasaban las semanas y no aparecían. Al viejo le había dado
un infarto.
Pero sobrevivió. Por fin, instalaron el termotanque
discutiendo tanto padre e hijo que la conexión resultó desastrosa. Hasta las
paredes mismas despedían olor a gas. Yo mismo, como pude, reconecté todo. Así
brotó agua caliente de la ducha en cantidades desconocidas hasta entonces en mi
casa.
También mi compañera conoció la animosidad del barrio.
“-¡Que alegres que son por acá! A cualquier hora tiran cohetes y petardos”.
-¿Viste vos?- le respondía.
Pero la verdad surgió cuando una madrugada los disparos
sonaron en mi misma vereda. Me levanté de un salto para alejar la cama del
ventanal, con ella encima. Coloqué cómoda, mesa de luz y sillón a modo de
barricada. Con semejante ventanal, de algún modo tenía que anular el peligro de
una bala perdida.
Toda esa movida no dejó para nada tranquila a mi compañera.
Otro día, ella, a través de la ventana, vió cruzarse un perro
volando a 2 metros
de altura, por encima del alambrado del frente de la casa de al lado.
Parece que a mi vecino no le gustó que la pobre bestia le
birlara un pollo de la parrilla. La verdad es que los perros del barrio hacen cola para robarle
el asado o servir a la Golden que tiene atrás de
la casa.
A los chicos de mi barrio no les alcanza con la inseguridad
de montar bicis y motos robadas, sin casco ni papeles. Así que le agregan
la adrenalina de circular en una rueda.
Yo volvía en bici de mi laburo cuando me zumbaron al
oído-¡Eh! ¡Tío! ¡Hacé “willy”!- Estos anónimos sobrinos me pasaron como flechas
en una rueda, pero además zigzagueando sus bicicletas entre cientos de autos
por la transitada avenida Córdoba. Desaparecieron entre el tráfico sin apoyar
nunca la rueda delantera.
-¡Esos son los pibes de mi barrio!- pensé, maravillado por
tanta habilidad y audacia.
También me hicieron sentir un viejo choto.
Mi calle es ahora una pista de picadas de motos practicando “willy”. Esto ocasiona rencillas
barriales que le toca ver a mi compañera. En una de estas, el vecino de la
esquina salió a gritarles a los de las motos que los iba a matar a cuetazos.
Mientras los de las motos deliberaban si ellos también iban a buscar sendos
fierros, el novio de la del almacén, hasta ahora un modosito con pinta de
evangelista, entró en escena tildándolos a todos de “chupapijas” y que fueran a
buscar sus pistolas porque él mismo los iba a “cagar a palos”.
Los problemas con el transporte urbano me suelen afectar más
a mí. Cruzando la circunvalación de Rosario, subrayando la sensación de que se
accede a una zona en los márgenes de la ley, los choferes, mientras conducen,
se ponen a fumar como murciélagos.
Alguna vez se ha detenido el bondi a 20 cuadras de mi casa.
“- Estamos autorizados a llegar hasta acá sin vigilancia. Hasta que no venga un
policía, no pienso terminar el recorrido” fue la explicación del chofer.
En otras cuestiones, mi compañera parece haberse
acostumbrado. Por ejemplo, cuando en el centro de Rosario, la luz se corta una
o dos horas cada 24, en mi barrio hay luz por 1 o 2 horas y se interrumpe por
24.
Tal vez sea contagiosa la dureza de las mujeres de mi
barrio. Aprovechan todo espacio para hacer algún curro, tener un kioskito,
vender empanadas o cualquier cosa. En mi misma cuadra descubrí que hacían unos
pastelitos bastante dignos, aunque distantes de los enormes y almibarados de mi
querido Entre Ríos. Los hace una chica cuando el marido no tiene que ir a
diálisis, al hospital. También la vi junto a su madre y tal vez alguna hermana,
acomodando ladrillos. Una los lanzaba de a tres o cuatro desde la vereda, otra
desde el techo los sujetaba en el aire para arrojárselos a una tercera, que los
iba apilando en la planta alta en construcción.
Hace ya un tiempo que no hacen pastelitos.
Hoy, desde la cocina, vi pasar a mi compañera por la calle,
tan chiquita ella pero muy resuelta, trasladando un viejo y sucio caballo, que
alguna vez fue blanco. También la seguían los perros que alimentamos y algunos
otros. Del frente de mi casa lo llevó al baldío trasero.
Fue fantástica su explicación:-“Lo traen siempre a pastar.
El pobre bicho está casi ciego. Y yo no quería que se coma el perejil que
planté adelante”.
Tal vez lo mas increíble es que ella haya persistido tanto
(o sobrevivido) conmigo. Basta ver la hermosa y emocionante redondez que
sobresale de su vientre, pasados los tres meses de gestación.
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