sábado, mayo 15, 2010

La gran estafa

Un aire salvaje, más bien de extravagante tosquedad, desprenden los distintos comerciantes de mi barrio. El local de artículos electrónicos y de computación no vende más droga. El dueño se quejaba que su clientela cocainómana no acataba los horarios de comercio normales y hasta le golpeaban las persianas a la madrugada. Claro. Casa de familia. No respetan nada.

El chico que atiende el almacén de enfrente conocido como Javi El Gordito no duda en ensayar su repertorio de chanzas a los clientes del tipo de: - ¿Y no querés ketchup? - para agregar: - ¡Que chupármela! ¡Juá! ¡Juá!...

Al electricista del barrio lo siguen contratando para colgarse de la luz. Todas las noches lo veo por las cercanías, subido a algún muro, tapia o escalera precaria, prestando sus servicios. Una noche lo asaltaron a mano armada exigiéndole la entrega de la escalera de aluminio y las herramientas. El razonó con los asaltantes: -Tío, la escalera llevátela. Total, no es mía, es de la empresa. Pero mis herramientas no te las doy. Eso es otra cosa. ¿A vos te gustaría que yo te quite el chumbo, tu herramienta de trabajo? La apelación a no sé qué clase de códigos del barrio funcionó. Los asaltantes se contentaron con la escalera.

Cualquier espacio a la calle, alero, patio, sirve para instalar una verdulería. La que está en la otra cuadra es un montón de cajones de verdura apilados bajo un toldo, sin puertas ni paredes, montados en la entrada de auto lateral de la casa. Junto a la cerca, a eso de las 9 de la noche me aprestaba a golpear las manos para ver si atendían, pero antes salió una señora de prominentes pechos rebalsando de un suelto camisón transparente, atravesó toda la verdulería para recoger unas prendas colgadas de una soga y volvió a entrar en la casa. Yo regresé a la mía.

Pero la supervivencia en mi barrio construye personajes más logrados.

Un cartel sobre una vereda en las proximidades de mi casa anuncia la presencia de un técnico en lavarropas. Justo lo que estoy buscando. Me interno en el pasillo señalado y sobre el final un tipo matea sentado en una mecedora. Reconozco al que me había cortado el césped una semana antes: -Eso era una changa. Pero yo en realidad me especialicé en arreglo de lavarropas… De toda la vida…- me convence. Ya en mi casa, apenas abre el lavarropas da su diagnóstico: -¡Es el rotor de la polea! Son una porquería. Vienen malísimos .Yo creía que el problema estaba en el motor. Se lo comunico.- ¡No! ¡Nada que ver! Quedate tranquilo. Es como yo te digo-. Cambia la pieza. Mientras, no para de hablar. Cobra y se despide. -¿Pero no vamos a probar si funciona?- le pregunto con timidez. Se golpea la frente y vuelve al lavarropas. El aparato no funciona tras varios intentos de encendido. -¿Sabés que es el motor? Son una porquería. Vienen malísimos- me asegura esta vez. Ahora, mientras desarma el lavarropas, tal vez para disimular su yerro, descarga tal andanada de comentarios insólitos que apenas memorizo algunos: además de su mujer, tiene una amante de 15 años. Toca la guitarra. Es vidente, especialista en técnicas de seducción, experto en Tantra. Es maestro ninja becado en la escuela de artes marciales gracias a sus condiciones por sus propios profesores -¡Esos sí que eran ágiles! ¡Subían por los techos! ¡Saltaban muros! ¡Hacían lo que querían!- cuenta con admiración. Naturalmente me intriga saber para qué los maestros ninjas cumplían semejantes desafíos. -¡Y…para robar casas! Se fiaron de sus habilidades. Ese fue su error. Ahora están todos presos. Tuvieron que cerrar la escuela...- Me confía algunas extrañas técnicas de seducción y prometiéndome algunos apuntes sobre Tantra se despide llevándose el motor y $ 200 de adelanto para el arreglo.

Ensayo sus consejos de seducción. Enseguida me doy cuenta que implican el riesgo de quedar como un contorsionista demente: - En primer lugar, no mirar nunca a la que te interesa a los ojos. Señalarla todo el tiempo con los tres dedos del medio de la mano derecha como al pasar mientras le hablás, y llevarte seguidamente la mano al corazón… Luego de varios intentos logro atraer la atención de una psiquiatra, como objeto de estudio.

Cumplidos los dos meses llamo al técnico para reclamarle el arreglo del lavarropas. Me manda un mensaje: "Mañana te doy los apuntes de Mantra. Necesito $150 más para el arreglo del motor". Le contesto: "No era sobre Mantra sino Tantra". Me responde "Eso, eso". Al día siguiente, me deja unos apuntes que bien parecen estar bajados de Internet y se lleva los $150. Luego de seis meses de reclamos a través de llamadas inútiles, me decido a ir a su casa dispuesto a todo. Su casa es precaria, pero él calza unas Nikes relucientes. Se defiende: -Mañana justo voy a buscar el motor. Es gente muy irresponsable. Son malísimos. Uno trata de cumplir y ellos te hacen quedar mal. Pero ya lo arreglaron y mañana te lo llevo-. Efectivamente, llega con el motor arreglado. Lo coloca, hace marchar el lavarropas, pero tres o cuatro funciones no las debo accionar porque hay riesgo de cortocircuito. -Estas plaquetas son malísimas- me aclara. Igual, a dos días del arreglo, el lavarropas tiene un cortocircuito y nunca más funciona. Nos volvemos a cruzar entre la clientela de uno de los almacenes del barrio. Está tratando de convencer a un matrimonio para que le den sus celulares y hacerles no se qué arreglo. Cuando lo reconozco le pregunto
-¿Pero vos no arreglabas lavarropas?
-Sí, pero ya no me ensucio más con eso. Son malísimos. En cambio los celulares traen los repuestos con garantía, aunque también son malísimos- y me murmura al oído- y la verdad es que cualquier pelotudo puede arreglar celulares. También libero celulares que los chicos del barrio encuentran por ahí-. Enseguida se vuelve para continuar enredando a los nuevos incautos. Ahora estoy buscando otro técnico en lavarropas. Mientras tanto, en total, creo que ya se cumplieron dos años desde que llevo la ropa al lavadero o la lavo a mano.