"Sexo, alcohol y cumbia"
“Sexo,
alcohol y cumbia” – (Gómez Delivery, final, final)
A las 6 y 30 de la mañana, doña Esther, la vecina de
enfrente, da unas palmadas de llamado próxima a mi portón de entrada.
Pide hablar con “la señora”. Le digo que no está.
Doña Esther camina unos pasos por la vereda y se
introduce en la parte trasera de mi casa aprovechando un hueco del tejido de
alambre. Se desplaza balanceándose y a los tropezones, por su edad, su obesidad
y los escombros, maderas y ladrillos que cubren el pasto. Además está perdida.
Parece no saber lo que hace. Viste un camisón rojo que deja ver las
pantorrillas moradas y deformes de várices.
Doña Esther toma los lentes oscuros de Javier, el
albañil, y se los coloca. Hace ademán de colocarse el casco de moto.
Me acerco rápido a ella y le pido cuidado con los
lentes. Que son ajenos. Por primera vez la veo bien de cerca. Hasta ahora, a
distancia, sólo había reparado en sus ropas harapientas, y el pelo canoso,
lacio, cortado en duras rectas. Por un segundo, ella parece enfocar sus ojos en
una dirección cierta, hacia mí. Sonríe. Tiene ojos de un azul profundo insertos
en una tez aindiada. Tal vez fue una bella mujer.
Ahora refleja las consecuencias de años de
alcoholismo, carencias y peleas con el marido.
Ella suele salir con un changuito de supermercado a
“cartonear” por el barrio. Su casa a veces tiene aspecto de quema o desarmadero.
Don Chicho, el marido, enfermo crónico de cirrosis,
alterna las internaciones en el hospital con grandes trancas de vino o fernet. A
él se le da por encerrar a Esther y tal vez pegarle. A ella se le da por
gritarle cosas irrepetibles que se escuchan en toda la cuadra. Por eso conozco
bien la voz arenosa, gastada y con cierto acento norteño de Esther.
A veces, las peleas culminan con un patrullero en la
puerta.
En otras ocasiones, las borracheras de ambos
desembocan como ahora, con Esther deambulando, perdida y Don Chicho encerrado en la casa, o
viceversa.
Le imploro que se retire. No es un lugar adecuado
para que ella esté en el medio. “Los muchachos” van a empezar a trabajar en la
construcción.
“Los muchachos” la conocen desde hace años. Ellos nacieron y se criaron a
media cuadra de mi casa. Siempre vivieron en el barrio. Y fueron ellos, durante el pescado asado, quienes me confiaron que entre sus recuerdos
de infancia, Don Chicho y Esther habían dejado formidables huellas.
Me entero que ambos nunca tuvieron problemas de
hacer sus necesidades en cualquier lugar del barrio donde aflorase la impronta
intestinal. A cualquier hora y por donde anduviese, para alivianarse de
líquidos, Esther simplemente se acuclillaba, oculta sus partes por tanta
pollera acampanada.
Y en veranos anteriores, la pareja solía armar una pequeña
pileta de lona plástica en plena vereda pública, a la sombra de un álamo.
Chapoteando en el agua y bebiendo durante horas, Don
Chicho y Esther terminaban descontrolándose al punto de desembocar en escenas
de sexo explícito ahí mismo, a la vista de todos, en la piletita y contra el
álamo.
Otros tiempos.
Víctor Gómez
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