martes, julio 09, 2013

"Sexo, alcohol y cumbia"


“Sexo, alcohol y cumbia” – (Gómez Delivery, final, final)


A las 6 y 30 de la mañana, doña Esther, la vecina de enfrente, da unas palmadas de llamado próxima a mi portón de entrada.
Pide hablar con “la señora”. Le digo que no está.
Doña Esther camina unos pasos por la vereda y se introduce en la parte trasera de mi casa aprovechando un hueco del tejido de alambre. Se desplaza balanceándose y a los tropezones, por su edad, su obesidad y los escombros, maderas y ladrillos que cubren el pasto. Además está perdida. Parece no saber lo que hace. Viste un camisón rojo que deja ver las pantorrillas moradas y deformes de várices.
Doña Esther toma los lentes oscuros de Javier, el albañil, y se los coloca. Hace ademán de colocarse el casco de moto.
Me acerco rápido a ella y le pido cuidado con los lentes. Que son ajenos. Por primera vez la veo bien de cerca. Hasta ahora, a distancia, sólo había reparado en sus ropas harapientas, y el pelo canoso, lacio, cortado en duras rectas. Por un segundo, ella parece enfocar sus ojos en una dirección cierta, hacia mí. Sonríe. Tiene ojos de un azul profundo insertos en una tez aindiada. Tal vez fue una bella mujer.
Ahora refleja las consecuencias de años de alcoholismo, carencias y peleas con el marido.
Ella suele salir con un changuito de supermercado a “cartonear” por el barrio. Su casa a veces tiene aspecto de  quema o desarmadero.
Don Chicho, el marido, enfermo crónico de cirrosis, alterna las internaciones en el hospital con grandes trancas de vino o fernet. A él se le da por encerrar a Esther y tal vez pegarle. A ella se le da por gritarle cosas irrepetibles que se escuchan en toda la cuadra. Por eso conozco bien la voz arenosa, gastada y con cierto acento norteño de Esther.
A veces, las peleas culminan con un patrullero en la puerta.
En otras ocasiones, las borracheras de ambos desembocan como ahora, con Esther deambulando,  perdida y Don Chicho encerrado en la casa, o viceversa.
Le imploro que se retire. No es un lugar adecuado para que ella esté en el medio. “Los muchachos” van a empezar a trabajar en la construcción.
“Los muchachos” la conocen  desde hace años. Ellos nacieron y se criaron a media cuadra de mi casa. Siempre vivieron en el barrio.  Y fueron ellos, durante el pescado asado,  quienes me confiaron que entre sus recuerdos de infancia, Don Chicho y Esther habían dejado formidables huellas.
Me entero que ambos nunca tuvieron problemas de hacer sus necesidades en cualquier lugar del barrio donde aflorase la impronta intestinal. A cualquier hora y por donde anduviese, para alivianarse de líquidos, Esther simplemente se acuclillaba, oculta sus partes por tanta pollera acampanada.
Y en veranos anteriores, la pareja solía armar una pequeña pileta de lona plástica en plena vereda pública, a la sombra de un álamo.
Chapoteando en el agua y bebiendo durante horas, Don Chicho y Esther terminaban descontrolándose al punto de desembocar en escenas de sexo explícito ahí mismo, a la vista de todos, en la piletita y contra el álamo.
Otros tiempos.

                                                                                                Víctor Gómez