lunes, marzo 13, 2006

Si de decir algo se trata

   Anoche enterré a mi perrita.
   Florencia Cleopatra de las Nieves, como la había bautizado mi hija, yacía postrada en la calle con la cabeza en medio de un halo circular como los santos, pero de color rojo.
   La vi al estacionar mi auto en la entrada de mi casa. Hasta ese momento sólo pensaba en cenar y dormir.
   Suponíamos que estaba preñada. Nunca lo sabremos. Tampoco sabré si fue mi propio vehículo u otro que pasó en esos segundos, quien la arrolló.
   Era la más habituada a mi nuevo hogar. A ella no le importaba la falta de espacio interno. Su vida era el “afuera”. Todas las mañanas, entre 10 y 15 perros, su cofradía, la reclamaban entre ladridos, para la habitual recorrida en busca de lo insólito. Agitando la cola en alto, salía presurosa a la aventura callejera, como tantos cachorros humanos de esta barriada.
   Era ansiosa, era torpe, era sensible, era fiel. Todos peligrosos atributos.
   Para mí, una derrota más. Una tristeza más.
   Lo del salón de Petrobrás era previsible, tanto como la obviedad de su jurado y la de los nombres elegidos. La sustracción de la perforadora y una campera de cuero de mi auto de hace unos días también era algo esperable. Pequeñas miserias a las que uno está más acostumbrado. Ah, la campera de cuero era la tuya, Juan Manuel.
   Pero lo de “Flor”, es tan difícil de digerir, como va a ser el contárselo a mi hija…

Próxima entrega:
Malditos ladridos