viernes, enero 11, 2013

"Continúa el pescado asado"



“Continúa el pescado asado” – (Gómez Delivery, final, final)


Mientras los albañiles terminan la última maquinada de mezcla de la jornada, yo termino de asar el pescado. Tres sábalos al limón y a la crema cortados en 6 mitades.
Para comer el pescado habilito mi pequeña mesa de trabajo, tapándola con papel madera. Sirvo un primer medio sábalo apoyándolo directamente sobre el papel.  Justo en esa parte no hay mesa por debajo y el pescado cae al piso. Alguien dice que no importa, que el pescado está con las escamas apoyando en el suelo, así que lo recoge tranquilamente y lo engulle sin más. Cada uno da cuenta de su medio sábalo con entusiasmo. Yo me doy cuenta que todos son hermanos e hijos de Víctor, o “Chuck Norris”.
Un medio sábalo restante lo reservamos para una familiar embarazada  de 18 años que dicen,  le encanta el pescado. Uno se refiere al embarazo de esta chica tan joven, su propia hermana, en los siguientes términos:
-“Y…, la veníamos cuidando entre todos. Pero,…viste como es. Como cuando cuidás una perra de raza. Estás vigilando que nadie la toque y un perro  cualquiera, que está  justo por ahí cerca, medio agazapado, va y te la agarra.”
Me había resultado de mucho agrado que mientras trabajan, ellos siempre sintonizan emisoras de puro rock nacional. No escuchan cumbia, como cualquier chico del barrio. Les comento el hecho. “Tiqui”, uno de los hermanos, me contesta que a todos les llama la atención que un albañil no escuche cumbia. Me siento  un prejuicioso pelotudo.
 Javier  incluso es  “ricotero” de la primera hora. –“Donde cante “el Indio” yo viajo. La Plata, Junín, Merlo…Si no tengo plata, mi mujer me paga el pasaje, las entradas. Ella sabe lo que me gusta”.
La charla se ameniza a medida que entramos todos en confianza y nos bebemos las varias cervezas que yo había enfriado celosamente en el congelador.
Elbio, el mayor de los hermanos, cuenta que quedó atorado en un tapial, entre la reja del patio y la de la ventana de su casa, por escaparse de noche sin las llaves. La mujer lo dejó un buen rato en esa posición incómoda hasta abrirle la ventana.
Me entero que unos saqueadores vengativos finalmente robaron en la casa de Javier. Teniendo algunos datos de los delincuentes, fue con un amigo policía miembro de las TOE (Tropas de Operaciones Especiales) a patear las puertas de unos ranchos. Encontraron un montón de cosas robadas que el amigo de las TOE cargó en el baúl de su propio auto. –“A ese también le falta un tornillo”- dice Javier.
Él me confirma lo que ya es sabido por todos: la policía se benefició con los saqueos participando de una red mafiosa. Previo al suceso, exigió 5000 pesos a cada pequeño autoservicio a cambio de protección especial.  Es fácil determinar quienes no aceptaron el acuerdo.
Ya estoy bastante asustado cuando comienzan a hacer un recuento de bunkers de droga, aguantaderos, depósitos de motos y otros objetos robados, etc. que pululan por mi barrio. Ganan en cantidad a  kioscos y pequeñas granjas.
Se retiran sin olvidar el medio sábalo a la crema para la hermanita.
Yo, con tanta cerveza ya no sirvo para nada. Tirado en la cama, apenas me da para ver televisión. Sin volumen. Sucede que el aparato fue descartado por  mi suegra y mis cuñadas porque pierde el sonido y no hace caso del control remoto. Con mi pareja, descubrimos que para que se suba el volumen, basta zapatear sobre el piso de madera. Con cada pisotón fuerte el volumen sube un poco. Maravillas de la era digital. Luego, claro, va bajando solo. Y vuelta a zapatear.

"¡Techo nuevo, a cargar la parrilla!"



“¡Techo nuevo, a cargar la parrilla!”  I– (Gómez Delivery . final, final)

El trabajo de albañil es durísimo. Prácticamente, toda tarea que realiza es ardua,  a la intemperie, y además, incómoda, en mala posición.
Ahora que estoy haciendo la ampliación de mi obra lo siento a cada instante. Y eso que me toca apenas soldar o implementar aberturas y rejas de hierro. Pero siempre hay que cargar, subir o trasladar cosas pesadas.
Conseguí un par de rieles usados para el dintel del nuevo garaje. Cada riel mide unos 5 m. y se necesitan 3 hombres para cargarlo. Me las tuve que arreglar solo con el fletero. La solución le gustó tanto a Javier, el “oficial albañil” y al resto, que tuve que ir por rieles dos veces más.
Desde las 6 de la mañana hasta las 4 de la tarde estamos en movimiento. Justito cuando se van todos y me desparramo en la cama para una buena siesta, suele llegar el camión de los materiales con viguetas, ladrillos, hierros del 8’, mallas, bolsas de cemento y cal…lo odio tanto.
Estos compañeros constructores son unos capos de los volúmenes virtuales. Sin reglas ni escuadras, solo con hilos, prevén paredes y techos en el espacio vacío.
No puedo dejar de admirarlos en el manejo de la cuchara. Mueven el brazo con un gesto elástico, grácil, de bailarina clásica.
Quise imitarlos. La tenía fácil. Se trataba de rellenar un hueco del contra piso. En el primer cucharazo de mezcla que di, el zarandeo de mi mano me salió muy similar, creo. Pero la mezcla de cemento, arena  y agua, en lugar de adherirse, rebotó y volvió en forma de salpicadura directamente hacia mi ojo izquierdo. El ardor me duró dos días.
A medida que avanza la construcción, todo se va llenando de salpicaduras de cal y cemento: ropa, calzados, muebles, mis obras de arte.
El primer día observé que el más joven de los albañiles, sentado en la cornisa del antiguo garaje, apoyaba alegremente los pies en una obra mía. Le señalé que eso que estaba zapateando rítmicamente era el dorso de una obra de arte. Los otros albañiles lo regañaron enseguida. Transcurrido el mes,  todos suben, caminan,  trepan sobre la obra. Solo tienen en claro que representa  la forma más fácil de acceder al techo y olvidaron su origen. Creo que yo también.
El sábado dimos por terminado uno de los techos. El del nuevo garaje.
Como es de rigor, preparé un asado. Tres sábalos al limón, regados con salsa de cebolla, roquefort y Casancrem.
Por alguna razón del inconsciente, si es sábado y estoy haciendo algo a la parrilla, me gusta escucha r radios chamameceras.  La música me resulta entrañable, y son muy divertidas. Se pueden escuchar cosas como éstas:
-“En el manejo de la consola, lo tenemos al Chapa. ¿Qué tal hé? ¡Qué  consoladorrrr!”
-“Verdulería Lusssmila. Cebolia, frutas, repolitos de brisuelas…”
-“Excursión a Mercedes.  Al Gauchito Gil. Incluye visita a San La Muerte. Salimos con aire acondicionado. Hablar con el Sr. Carlos, al te…”
-“María Mercedes. Vidente natural. Aleja tu rival. Destruye tu enemigo. Apertura de caminossss.”  (¿“Apertura de caminos”? ¿Trabajará en Vialidad?)
-“Poliería Mary Carmen. Poliería…y algo más…”
-“Manda saludosss el Toto. Gracias Toto. El Toto figura en nuestra carpeta publicitaria como Andamiosss Valiejosss. ¿Qué pasó Toto en la peña del Gauchito? Me dicen que el tinto te descontroló.  Parece que la “mama” te tuvo a los tumbos. Ojo Toto. Dicen que la “mama” es más jodida que la “abuela” (risas).
Pero hay  un chamamé muy triste que suelen poner, seguramente porque representa una preocupación común. Habla de un hijo que se volvió ladrón, y está en la cárcel. El padre se martiriza pensando cómo podría haberlo evitado. Tiene alguna  relación con esa canción “Meu gurí”, de Chico Buarque.
Durante la comida, por los dichos de Víctor, mi tocayo, jefe y papá de los albañiles,  en mi barrio, el cómo hacer que los hijos amen el trabajo y se mantengan al margen de  la delincuencia y las drogas, es un deseo general y sin respuesta.
Sin embargo,  Víctor, o “Chuck Norris” como le dicen cariñosamente los hijos, tal vez encontró alguna clave. Logró que toda su familia se conserve muy unida. “Chuck” tiene diez hijos mayores, mujeres y hombres y la mayoría le dió nietos.  Entre ellos se mantienen muy cercanos, trabajando juntos, cuidando los niños, construyendo sus propias casas, ayudándose. Todos se contienen entre sí.

Tiempos de mierda. ¿Qué culpa tienen los chinos?



Tiempos de mierda. ¿Qué culpa tienen los chinos? (Gómez Delivery, final, final)


El viernes por la tarde estoy en la linda placita Bélgica, próxima al Parque Urquiza, trabajando en el montaje de la muestra de fin de año del taller de arte. No me decido aún en qué orden montar los balconcitos de cerámica y madera de los chicos sobre el fondo pintado de fibrofácil.
En un barrio de la zona oeste de la ciudad, Javier, apoyado expectante contra la reja del  patio delantero de su casa, grita a cada instante: -“¡Pasá, dale, y te vuelo las patas a tiros!”-. La escopeta 16 de caño recortado apuntando y el gatillo levemente apretado, subrayan su decisión. Los nervios y el miedo no le pueden superar, sabiendo que sus dos hijos, de 1 y 3 años, están refugiados en el dormitorio, por orden de él mismo. Justamente el mas grande fue el que lo alertó, cuando entró llorando y a los gritos, abandonando su triciclo en la vereda.  Aquella horda de unas 300 personas que irrumpió en la calle a puro fierro para tomársela con el supermercado chino de en frente persiste en actitudes salvajes y alocadas, vaciando el negocio, como si la policía y los balazos de goma no existieran.
La mayoría son pibes, 15, 20 años. Pero Javier descubre a su propio vecino, hombre de 60 años, -“con casa, auto y todo…Ahí estaba el desgraciado, tapándose con un pañuelo corte chorro”- me comentará al día siguiente –“choreándole a los propios chinos que ve todos los días”.   
Javier continúa alerta contra la reja de su patio. Está tenso, dolido, cansado. Viene de soportar dos días de espanto, intentando mitigar los daños provocados por la inundación de aquella lluvia tremenda que las 3 de la mañana lo despertó con 30 cm. de agua bajo la cama. Por fuerza de la desesperación logró levantar a sus hijos y salvar la heladera y algunas cosas de valor. Los colchones y otros muebles fueron a la basura.
Luego de aquél diluvio de locura ahora tiene que soportar la locura de la gente.
Javier, contra el enrejado, es testigo obligado de lo que pasa en la calle.
Un balazo de goma le da en la pierna a un nene de 8 años. Muchos padres tienen a sus críos colaborando en el saqueo. La pierna sangra. Su madre grita desencajada contra la policía. Una uniformada le responde con dos balazos de goma de lleno al cuerpo y la agarra de los pelos para meterla en el móvil policial. Al mismo tiempo le escupe: -“¡A quien vas a denunciar hija de puta, si vos estabas choreando! ¡¿Sos tarada?!¡¿Cómo traés a tu hijo a este kilombo?!
Un joven, hijo de otra vecina, viene cruzando la calle con un changuito cargado de mercaderías. La madre lo espera en la puerta. Cuando llega su hijo ella lo apalea en la espalda con una gruesa y pesada tabla. El muchacho apenas se cubre con los brazos. Queda tendido en el piso, llorando, avergonzado. La madre toma el changuito y lo devuelve al supermercado chino.
-“¡Eso haría yo con mis hijos!”- me dirá Javier-“Hay que enseñarles. No llevarlos a robar. Yo no toqué nada. Y me quedo con saber eso. Para mí, para mi conciencia”.
Entre el tumulto asoma la dueña del supermercado chino. Medio rostro aduce desesperación, invocando a la nada. El otro  medio rostro  está cubierto en sangre por un corte en la cabeza,  producto de un botellazo.
No hace mucho, tal vez un mes, Javier ya la había visto completamente desvalida, tirada en el piso, con los pechos al aire y la blusa y el corpiño  rasgados a tirones. Cuatro delincuentes encapuchados y armados habían entrado al negocio, reduciendo a los clientes -entre los que estaba él-, a los empleados y a los dueños. La avidez por encontrar dinero escondido los había llevado a desnudarla con semejante saña.
El disturbio se acrecienta. Desde la puerta de su casa, una señora no quiere perder detalle de cómo destruyen el supermercado chino. Paga cara su curiosidad morbosa. Viéndola tan expuesta, con la puerta de entrada abierta, unos pibes la empujan y le desvalijan la vivienda en segundos.-“Se jodió por vieja chismosa”- me dirá Javier.

Los focos de conflicto surgen en distintas zonas de Rosario, atentos a los movimientos de las fuerzas policiales. Por eso ahora irrumpe Gendarmería desde distintas direcciones. -“Ahí es cuando más querían meterse en mi casa Para esconderse. No. A mi casa no entra nadie. Yo estaba ahí, con mi escopeta, corte justiciero. La cara que ponían los “cabezas” cuando me veían. Parecían ratas que no sabían por donde huir”.
Mientras se produce el desbande, Javier sigue amedrentando a los aterrados intrusos que pretenden lanzarse por sobre la reja:-“¡Saltá a mi patio y te quemo las patas!”
Luego todo parece calmarse, mientras la Gendarmería se retira con varios ómnibus cargados de detenidos.
Pero Javier presiente que en alguna esquina cercana se siguen organizando para una nueva asonada, talvez en otra dirección.
-“No estoy tranquilo. Para mí que quieren volver porque saben que el supermercado chino tiene un depósito atrás, lleno de mercadería”.

“Bandas organizadas de narcos provocaron disturbios y saqueos” dirán algunos noticieros. Por los dichos de Javier, tal vez algunas gavillas de delincuentes iniciaron la movida, pero luego se prendió gente de todo tipo,  alguna de los barrios pobres, intentando alivianar sus angustias y carencias, y muchos oportunistas aprovechando la situación en provecho propio, con hambre pero de un LCD o un plasma o algo de valor que represente plata fácil. Entre ese rejunte asoma  algo en común. Algo horrible, espantoso. Emprenderla contra un distinto, un chino.
Resuenan todas las boludeces que se escuchan por ahí: “Nuestro país es un crisol de razas.” “Acá recibimos bien a todo el mundo. En otros países no te dejan ni entrar.”

Terminé el montaje de los balconcitos. Todavía resta colocar algunas los insectos de cerámica con alas y patas de metal entre algunos matorrales de la placita, pero ya la muestra de arte está encaminada para la inauguración de esta noche.
Javier dejó de vigilar su hogar a punta de escopeta y junto a otra gente solidaria está colaborando en la reconstrucción del supermercado chino.
Al día siguiente vendrá a mi casa a trabajar de “oficial albañil” y me contará estos hechos - “Duró poco…media hora, entre que barretearon la persiana y destruyeron todo el “súper”. Pobres chinos. Al final, entre varios vecinos nos pusimos a soldar y amurallar los portones del negocio. Viste como es. ¿Qué vas a esperar? ¿A los políticos? Nos tenemos que ayudar entre todos. Sino, esto no cambia más”.

Gómez Delivery, Final ¿Final?



Gómez Delivery Final ¿Final?
                                                                                                       Dedicado a Feli



 Con varios problemas de la construcción de la casa aún irresueltos, igualmente me decidí a convivir en pareja.
Mi flamante compañera, desde el principio, mostró un alentador entusiasmo por mi obra y mi barrio.
Al segundo día de su estancia en mi obra, me señaló con aires de triunfo un escurridor de platos encontrado por ahí, en alguna vereda. Pensé-“Cartonea cosas. Ya es como del barrio”.
Con el invierno, ella comenzó a aparecerse con diarios, cartones, cajones de verdura, todo para alimentar la salamandra, único medio de calefacción. -“Definitivamente es una más del barrio”- me entusiasmé.
Otra muestra de carácter. Compró un hacha para trozar troncos y tablas. Eso fue increíble. Interrumpía su sedentario trabajo de diseñadora web para hacer recorridas husmeando volquetes  con maderas de casas en construcción.
Igualmente, un día me expuso sus límites:-“Mirá todo el pelo que tengo. Preciso mucha agua caliente para enjuagarlo”- y subrayó con los ojos húmedos-“en invierno, para bañarme, necesito agua caliente. ¿Podés entender eso? Y mucha. Sino, me cago de frío”.
Me enterneció. Además ese pelo hermoso de morocha latina había que cuidarlo. Cómo me excitan esas cabelleras abundantes y enruladas, leoninas. Compramos termotanque.
No tuvimos suerte con su instalación. Contratamos a un señor muy mayor y su hijo.
A las 7 de la mañana del día más crudo de invierno, llegaron para ver si había red de gas en mi calle. La escarcha cubría todo de blanco. El viejo, recorriendo la cuadra, cayó en la zanja. Medio cuerpo quedó sumergido en el agua helada y podrida. Tuvimos que sacarlo con el hijo tirando de ambos brazos. Encima que el viejo estaba todo mojado y hacía un frío del demonio, se fueron en moto.
Pasaban las semanas y no aparecían. Al viejo le había dado un infarto.
Pero sobrevivió. Por fin, instalaron el termotanque discutiendo tanto padre e hijo que la conexión resultó desastrosa. Hasta las paredes mismas despedían olor a gas. Yo mismo, como pude, reconecté todo. Así brotó agua caliente de la ducha en cantidades desconocidas hasta entonces en mi casa.
También mi compañera conoció la animosidad del barrio. “-¡Que alegres que son por acá! A cualquier hora tiran cohetes y petardos”. -¿Viste vos?- le respondía.
Pero la verdad surgió cuando una madrugada los disparos sonaron en mi misma vereda. Me levanté de un salto para alejar la cama del ventanal, con ella encima. Coloqué cómoda, mesa de luz y sillón a modo de barricada. Con semejante ventanal, de algún modo tenía que anular el peligro de una bala perdida.
Toda esa movida no dejó para nada tranquila a mi compañera.
Otro día, ella, a través de la ventana, vió cruzarse un perro volando a 2 metros de altura, por encima del alambrado del frente de la casa de al lado.
Parece que a mi vecino no le gustó que la pobre bestia le birlara un pollo de la parrilla. La verdad es que  los perros del barrio hacen cola para robarle el asado o servir a la  Golden que tiene atrás de la casa.
A los chicos de mi barrio no les alcanza con la inseguridad de montar bicis y motos robadas, sin casco ni papeles. Así que le agregan la  adrenalina de circular  en una rueda.
Yo volvía en bici de mi laburo cuando me zumbaron al oído-¡Eh! ¡Tío! ¡Hacé “willy”!- Estos anónimos sobrinos me pasaron como flechas en una rueda, pero además zigzagueando sus bicicletas entre cientos de autos por la transitada avenida Córdoba. Desaparecieron entre el tráfico sin apoyar nunca la rueda delantera.
-¡Esos son los pibes de mi barrio!- pensé, maravillado por tanta habilidad y audacia.
También me hicieron sentir un viejo choto.
Mi calle es ahora una pista de picadas de motos  practicando “willy”. Esto ocasiona rencillas barriales que le toca ver a mi compañera. En una de estas, el vecino de la esquina salió a gritarles a los de las motos que los iba a matar a cuetazos. Mientras los de las motos deliberaban si ellos también iban a buscar sendos fierros, el novio de la del almacén, hasta ahora un modosito con pinta de evangelista, entró en escena tildándolos a todos de “chupapijas” y que fueran a buscar sus pistolas porque él mismo los iba a “cagar a palos”.
Los problemas con el transporte urbano me suelen afectar más a mí. Cruzando la circunvalación de Rosario, subrayando la sensación de que se accede a una zona en los márgenes de la ley, los choferes, mientras conducen, se ponen a fumar como murciélagos.
Alguna vez se ha detenido el bondi a 20 cuadras de mi casa. “- Estamos autorizados a llegar hasta acá sin vigilancia. Hasta que no venga un policía, no pienso terminar el recorrido” fue la explicación del chofer.
En otras cuestiones, mi compañera parece haberse acostumbrado. Por ejemplo, cuando en el centro de Rosario, la luz se corta una o dos horas cada 24, en mi barrio hay luz por 1 o 2 horas y se interrumpe por 24.
Tal vez sea contagiosa la dureza de las mujeres de mi barrio. Aprovechan todo espacio para hacer algún curro, tener un kioskito, vender empanadas o cualquier cosa. En mi misma cuadra descubrí que hacían unos pastelitos bastante dignos, aunque distantes de los enormes y almibarados de mi querido Entre Ríos. Los hace una chica cuando el marido no tiene que ir a diálisis, al hospital. También la vi junto a su madre y tal vez alguna hermana, acomodando ladrillos. Una los lanzaba de a tres o cuatro desde la vereda, otra desde el techo los sujetaba en el aire para arrojárselos a una tercera, que los iba apilando en la planta alta en construcción.
Hace ya un tiempo que no hacen pastelitos.
Hoy, desde la cocina, vi pasar a mi compañera por la calle, tan chiquita ella pero muy resuelta, trasladando un viejo y sucio caballo, que alguna vez fue blanco. También la seguían los perros que alimentamos y algunos otros. Del frente de mi casa lo llevó al baldío trasero.
Fue fantástica su explicación:-“Lo traen siempre a pastar. El pobre bicho está casi ciego. Y yo no quería que se coma el perejil que planté adelante”.
Tal vez lo mas increíble es que ella haya persistido tanto (o sobrevivido) conmigo. Basta ver la hermosa y emocionante redondez que sobresale de su vientre, pasados los tres meses de gestación.