viernes, enero 26, 2007

Gómez Delivery II - El Regreso



   Podrido de vivir tan apretado, ya ni me río de mí mismo. Basta de bohemia. Quiero confort, quiero espacio. No se pueden hacer tantas cosas en un cubo de 4x4 metros.

   ¿Y si ironizo que vivo en un SUM (salón de usos múltiples)? No, es una pavada. No le veo la gracia. Necesito volver a cocinar algún día parado junto a una mesada y usando dos hornallas como mínimo. Y comer en una mesa frente al otro, sentados en sendas sillas. Eso, ¡el más puro, asqueroso y aberrante lujo!

   Además, no sólo yo estoy enloqueciendo. Los otros días mi hija jugaba a desplazarse de un extremo a otro de mi casa (si cupiera hablar de extremos), tratando de no rozar ningún objeto. Había descubierto que eso era toda una proeza de habilidad y acrobacia. Y creo que ahora ve normal el comer sobre la cama. Temo que algún día cuando la inviten a almorzar en casa ajena, tome los cubiertos y enfile para el dormitorio.

   Por todo esto me concentré en ahorrar unos pesos. Para dar otro saltito más. Por suerte Daniel, el nuevo arquitecto que replanteó la casa contemplando más metros cubiertos aceptó una campera de cuero como pago. Es decir que el Delivery continúa y espero que se den todos por aludidos.

   Pero igual los números son muy ajustados. Y el arquitecto no para de desilusionarse, viendo cómo introduzco cualquier ventana o puerta que obtengo por el Delivery o en el desarmadero en sus esmerados y lógicos diseños. Empeñándose en comprender algún criterio en mis forzadas elecciones me preguntó con total candidez:
   - ¿Pero vos lo que querés lograr, tal vez, es un estilo “victoriano”?
   - ¡Claro!- le respondí- derivado de “Víctor Gómez”.

   También por los benditos números entramos en una puja, por el grosor de las paredes, que parecía regateo de turcos:
   - Construí con pared de treinta- y yo:
   - Es muy cara. De quince.
   - No, esa pared te la bochan en 1er año de Arquitectura. No es térmica. De veinte, entonces…
   - Pero sin revoque exterior…
   - Por supuesto que necesita revoque…

   Y así, las paredes se fueron angostando y engrosando en discusiones. Consensuamos en pared de veinte, de ladrillo cerámico portante, que en un futuro yo revocaría. Lo convencí con el argumento cierto de que al frío y al calor los podía soportar uno o dos años más, pero que si no lograba agrandar mi casa en lo inmediato, me transformaría en un asesino serial.

   Acordados los términos generales de la construcción de mi obra, diagramé un plan de trabajo: los albañiles colocarán cimientos, contrapiso y paredes. Yo armaré puertas, ventanas, rejas. Aberturas, techo y viguetas del entrepiso las colocaremos conjuntamente. Con tranquilidad, me restará a mí el piso de madera, el revoque completo y la instalación eléctrica. Cuando levantemos el techo de chapa, para reubicarlo a una nueva altura, dormiré esos dos o tres días mirando las estrellas y rodeado de espirales contra los mosquitos.

   En lo inmediato, mi casa debe transformarse en un pequeño obraje, depósito de andamios, hormigonera y bolsas de cemento. Cambié provisoriamente el sommier por un colchón viejo de una plaza. Retiré el espejo tan indispensable para mí, que pendía del techo sobre la cama. Un poco para evitar preguntas de los albañiles, otro tanto porque aunque a mi hija le suene divertido eso de que “es para afeitarme acostado boca arriba”, me parece que duda del argumento. Repartí objetos no necesarios en casas de amigos -ya son cinco lugares distintos- y guardé otras pertenencias en cajas colocadas en todos los recovecos.

   Luego de darme una ducha, muy satisfecho por el nuevo orden y espacio obtenidos, descubro que toda mi ropa interior está sepultada tras una pesada pila de ventanas, rejas, hierros. En la maniobra por retirar éstos para acceder a unos calzoncillos limpios, con un apropiado e intuitivo quiebre de cintura hacia atrás, logro salvar mi pene de quedar estrangulado entre dos perfiles de hierro ángulo de media pulgada de espesor.

   Ahora estoy todo el día al aire libre, cortando y soldando para concluir las aberturas definitivas. En poco tiempo se sumarán los albañiles. Es una pena que esta vez “el Oscar”, el evangelista, no sea de la partida. De los cuatro presupuestos que pedí, el suyo resultó el más caro.
   - Con dos hermanos formamos una empresa- me explicó. Yo pensé, seguramente el resto de los doce hermanos y primos son los peones.
   - ¿Y cómo se llama la empresa? - le pregunté.
   - "DALOS” - me contestó: -son nuestras iniciales, Alberto, Luis, Oscar, y por supuesto, siempre Dios está por delante…Próxima entrega:
Esperando a Marcos Antonio