sábado, diciembre 03, 2005

Posturas

   -Y bueno, falta menos que antes- es la frase que me repito cada mañana al mirar a mi alrededor. No es tan importante esa rebelde gotera que resiste desde la llave de paso de la ducha, aunque de sintomática ya pasó a crónica.
   Y para asegurar mi autocomplacencia, me fijé modestas metas hasta que reúna dinero y fuerzas para ampliar:
   * Revocar las paredes internas, a los fines de liberar el baño de las 7 bolsas de cemento apiladas y mejorar la fisonomía rancheril que conserva mi casa. También eso posibilitará mayor limpieza. Para poder vestir ropa blanca o de colores claros, actualmente debo evitar rozar paredes y salientes, por lo cual salgo de mi casa con los brazos en alto y entre meneos como una bailarina.
   * Convertir una repisa de caño que fabriqué hace años, en el portón y enrejado del frente. Varias fueron las conversiones que realicé: mi antigua obra de vidrio y huellas de automóvil es ahora parte de la puerta de entrada; la instalación de pastizales de Estudio Abierto, Edición Tiendas Harrods, es ahora el aislante protector del calentamiento de las chapas del techo. Próximamente esas incómodas obras de 2,10 x 1,40 m serán perfectos tabiques para la suerte de quincho o galería externa proyectada.
   * Colocar la mesada de acero inoxidable de doble bacha, un lujo, regalo de mi amigo el Mono Aguirre. La trajo en su Traffic desde Paraná junto a una ventana, también para mí, y entre instrumentos de música, una batería, dos guitarras, un contrabajo, un teclado y tres músicos. Mientras en la sala de “La Comedia” se acomodaba el público para escuchar su concierto, el Mono y yo estábamos en algún lugar del centro descargando la mesada y la ventana, en aquel día caótico de la Inauguración de la Fiesta de las Colectividades y las marchas anti-Bush.
   A pesar de todo, en pocos minutos tratamos de actualizarnos sobre respectivos viajes, sucesos y amores. El Mono venía de realizar una gira por todo el Brasil. En “Río” le había incomodado, cuando no abrumado, presentir esa tensión entre los habitantes de barrios marginales y los de ostentosos edificios y mansiones. Le comenté que eso me sucedía a mí ahora, en mi barrio. Y divagamos sobre ciertas posturas o soluciones que afiancen mi situación de “nuevo vecino”. El Mono me sugirió que cada tanto ponga una buena cumbia a todo volumen como para que se escuche en toda la cuadra. Ensayé que también podía embarrar o retirar las patentes de mi auto, como para generar la idea de ser alguien “de cuidado” o de oscuros movimientos.
   Por lo pronto ya practiqué algunas acciones que me involucren más a los códigos del barrio, como engancharme clandestinamente de la luz y el agua, almorzar sobre tablones y caballetes a pleno sol o mostrarme cada tanto bebiendo cerveza del pico la botella, en cueros y sentado en el escalón de entrada de mi casa…

Próxima entrega:
Concepto de la obra