miércoles, noviembre 30, 2005

Boquiabierto

   Sábado, 9 horas, llamo a la puerta del quirófano en el 3º piso de la facultad de Odontología. A la angustia por mi inminente operación de triple implante dentario, se superpone el miedo por asistir sin los $ 1.500 exigidos. Apenas tengo $ 1.100 en el bolsillo, reunidos a fuerza de nuevos préstamos, y posponer culposamente deudas anteriores.
   Como la operación es parte de un curso de postgrado con estudiantes de lugares remotos, mi táctica con respecto al dinero se apoya en la idea del hecho consumado.
   –Y bueno, ya que estamos acá, metámosle para adelante- dirá alguno. Será de temer entonces sólo la actitud del Director del curso, quien a lo mejor dirigirá la operación con algo de malicia, al ver reducidos sus ingresos:
   -¿Se te desvió la perforadora del hueso? No importa, querido, aprobás igual. A lo sumo al paciente se le moverá la ceja izquierda cada vez que use ese molar.
   El enfermero a cargo, un cincuentón de cierta cadencia gay en la voz, atiende a mi llamado, haciéndome pasar para la aplicación del analgésico inyectable. Luego de hacerme bajar los pantalones y respirar hondo, me aplica la inyección. Me masajea los glúteos con sospechosa energía, aduciendo que así mejora la circulación del remedio.
   Me conduce a otra sala, que se empieza a poblar de residentes, todos con uniforme de cirujano, barbijo y guantes. Uno de ellos me inyecta anestesia hasta el cansancio.
   -Así no sentís nada- me dice. Aparece una residente brasileña, rubia, boca ancha, ojos azules:
   -Eu estou tuda dispeinada- comenta. El que me había anestesiado le contesta:
   -Parecés una leona- y por lo bajo le murmura al de al lado: -Y como te haría hacer cachorritos…
   Me preguntan tantas veces si estoy tranquilo, que logran ponerme nervioso. Pero parece que nadie me va a reclamar el dinero de la operación hasta finalizada ésta. Todo en orden.
   Aparece Isabel, mi residente de cabecera. Adelgazó bastante la morocha. Me abraza y exclama riendo:
   -¡Este es mi pollo!- Así me siento, pero no le contesto porque tengo toda la boca dormida. Escucho el infaltable: “¿Todo bien? ¿Tranquilo?”
   Me llevan al quirófano. Veinte residentes rodean una cama iluminada por un círculo de luz. “Me van a operar en serio” creo decir, pero nadie parece escucharme. Están todos concentrados en sus quehaceres y en sus propios chistes.
   Me acuestan. Como un director de ceremonial, alguien está explicando cómo se disponen los instrumentos y cómo deben cubrirme con varias sábanas verdes dobladas. Temen por mi remera blanca. Parece que voy a sangrar bastante. Con un alfiler de gancho, al unir un par de sábanas al turbante de mi cabeza, alguien me pincha el lóbulo de una oreja. Doy un alarido.
   –Casi te hago un piercing- dice el idiota. Pienso: si ya empezamos así…
   Me queda sólo la boca al descubierto y un espacio por el que tengo un pequeño ángulo de observación hacia arriba. Todos se explayan en preparativos como atletas precalentando. Parece que no quisieran comenzar nunca. Se enciende el círculo de luz de arriba invadiendo mi rostro de un calor insoportable.
   –¡Lámpara solar!- exclamo. Esta vez sí me escuchan y se oyen risas que se cortan con un: “¿Tranquilo, flaquito?”.
   Creo que ahora sí comienza la carnicería. Trato de elegir alguna imagen que me distraiga de la operación. ¿Haciendo el amor con la Negra? No. Necesito algo mas sosegado. Elijo la de mi hija burlándose de mis obras de arte.
   El Director comienza con su clase:
   -Tenés que cortar desde acá para acá.
   -Irrigación del área de trabajo.
   -Prepará las fresas.
   -Che, el jueves es la despedida de fin de año.
   -¡Documentar!
   Ahora todos salen de mi boca y la residente de la cámara digital estudia el mejor ángulo para registrar mis encías en carne viva. Aprovechan el espacio para aflojarse y hacer comentarios de café. Y otra vez al ataque. Por los diálogos pareciera que todo va bien. Hablan de una fiesta próxima. Alguien enumera las ventajas de su filmadora digital nueva. Me impresiona sentir cabalmente cómo me perforan el hueso. No siento dolor, pero me tiembla la cabeza. ¿Qué estarán usando? ¿mechas de acero rápido o de vidia?. El Director pide al residente que no descuide el eje de las perforaciones y le advierte que la tercera es la más problemática.
   Repentinamente se escucha un craqueo que no me suena bien a mí ni a nadie. El Director aparta al residente:
   -Perdoná, pero dejame a mí- Ya nadie habla, nadie hace comentarios. Ahora es el mismo Director quien realiza la cirugía. Cada tanto reclama:
   -¡Documentar!- y los 20 residentes corean:
   -¡Laura!¡A documentar!¡Laura!- No entiendo porqué carajos nunca está la tal Laura. ¿no se da cuenta que me están operando? Todo se interrumpe en su espera.
   También cada tanto el Director reclama:
   -¡Destornillador!- ¿Será posible? Nada de bisturí ni nombres raros. Destornillador… Espero que no pida una engrampadora.
   Pero es la señal de la colocación de los implantes mismos. Ahora sí el Director permite al residente continuar con la cirugía. Se reanudan las conversaciones sobre temas banales. Comienzan a cerrarme las heridas reflexionando:
   –Habría que hacer un punto desde ahí hasta ahí.
   –¿Podés sacar la aguja por entre esos dientes?.
   –No, ahí lo hiciste sangrar al pedo- subraya el Director.
   Me estremezco al escuchar:
   –Ahí habría que suturar “el colgajo”- ¿En eso quedó reducida mi encía superior derecha, antes lisa y rosada? ¿En un espantoso “colgajo”?
   -Oprimí el “colgajo” apoyándote en el maxilar.
   –Irrigar el “colgajo” que no veo nada…
   Y dale con el “colgajo”…
   Por fin terminan. Para cuando me descubren de sábanas sólo me encuentro con el enfermero gay quien me advierte sobre mi cinto desabrochado. Cruzar las piernas, ponerme las manos en los bolsillos y desabrocharme el cinto, habían sido mis movidas durante la operación. En minutos estoy afuera conduciendo mi propio auto. El tema de la plata tuvo un desenlace inesperado. Por un problema surgido en el hueso, durante el tercer implante, éste no se había podido realizar. Eso fue la conmoción entre el Director y los residentes que presentí durante la operación. Por tanto se redujo el costo de la misma y al fin y al cabo, me alcanzó el dinero que había llevado.
   No siento grandes dolores. Sólo un flemón en mi mejilla derecha causa impresión en quienes me ven con detenimiento. Creo que voy a seguir la sugerencia de mi hija: sostener un palito entre los labios para que todos crean que tengo un chupetín…

Próxima entrega:
Posturas