lunes, abril 16, 2007

La Dolly


   Por la necesidad de dinero para mi obra, desde hace seis meses viajo a vender camperas todos los fines de semana a cuanto encuentro de motos se presente: Carmen de Areco, Cosquín, El Trébol, Junín, Mercedes, San Rafael, Cañada, Pilar, Río Tercero...

   En Sacanta presencié por fin la clásica captura del "chancho enjabonado". En el centro de una cancha de fútbol, soltaron un cerdo, un chivito y un pavo. Cincuenta competidores se lanzaron desde los extremos hacia los pobres animalitos. El más rápido se abalanzó en picada sobre el porcino al mejor estilo All Blacks, para rodar ambos al infinito envueltos en una nube de polvo. Abruptamente fueron frenados al quedar sepultados bajo la montaña humana formada por los restantes cuarenta y nueve participantes.

   En Carmen de Areco conocí a todo un personaje: el "Chino". Motoquero, artesano, músico. Arrancó para mí unos sones espectaculares de la armónica tratando de enseñarme algo infructuosamente. Vendía motos en miniatura armadas con tornillos y bujías. Pero su mayor particularidad era que le faltaba una pierna completa. O tal vez la cantidad de cerveza que bebía. O ese tono bonaerense: "Ssssi viajo mucho, sssse me amotina la Jabru;"Hashe calor, pero sssi esa nube frena, ¡jamón, loco!"; "Fiera, comprame algo que sssse me está por agrandar la familia. ¡Esssaaa!".

   En Malargüe, acampé donde un criadero de truchas, con restorán propio. Allí, mientras uno esperaba la comida, truchas por supuesto, veía como las tomaban de los piletones, les torcían el pescuezo, y un muchacho entraba con los pescados colgando de la mano en dirección a la cocina.

   Para el domingo, los "Truenos del Sur", agrupación organizadora del motoencuentro, prepararon veinte chivitos malargüeños a la estaca, más vino a gusto. Esto provocó una resaca general que derivó en una emocionada despedida con abrazos y sollozos. Había que ver a estos gorilas tatuados con los ojos llenos de lágrimas golpeándose el pecho, el corazón, para luego extender el brazo hacia cada uno que se alejaba con la V de la victoria. No me creí merecedor de semejante muestra de ternura. Finalmente mis intenciones eran comerciales y, lo que era peor, había ido en auto.

   En la localidad de Saturnino María Laspiur, cerca de Prosperidad y Alicia, y lejos de ser considerada por algún mapa, también me invitaron amistosamente con cordero asado. Me indigestó terriblemente. Tal vez fue porque estaba crudo, o por el fuerte olor a estiércol circundante o porque, casi al finalizar, entre chanzas y bromas, me enteré que era robado.

   Villa Libertador San Martín resultó una pacata colonia adventista donde no se vendían cigarrillos ni alcohol ni se trabajaba el sábado. Los motoqueros estaban indignados. Debían viajar 35 Km. para comprar Fernet o vino, o encontrar un boliche.

   Unas chicas en tanga y botas, trataban de animar a tanto hombre ofuscado y de paso ganarse unos pesos. Pude escuchar sus diálogos cuando una de ellas se tatuó un pecho en el puesto del Loco Harry, justo a mi lado. Vertían conceptos del tipo: "¡ Boluda, cuántos granos que tenés en la concha!" "¡Y bueno, boluda, me depilé ayer!".

   La "Dolly", una de ellas, la más linda y popular entre los motoqueros, se metió en mi puesto a toquetear todo, aunque intencionadamente buscaba rozar su trasero contra mí. Por cuestión de principios, no hice caso a esas insinuaciones de comercio de sexo. Tampoco tenía preservativos.

   Era de una valentía proverbial la forma tan natural y calma como la "Dolly" discurría entre trescientos hombres hambrientos, atendiendo a sus abrazos, y mostrando sus tatuajes en las regiones del cuerpo más incitantes. Pero cuando supe que ella vivía en ese mismo pueblo, tan mala onda y cerrado -"Y, en el pueblo estoy un poquito señalada"- me dijo, adquirió la dimensión de una heroína.