sábado, marzo 24, 2007


   Mi obra ya luce exteriormente sus dos plantas de pared pero aún sin revoque. Por eso hay infinitas hendijas. Los peones, con extraño criterio constructivo, taparon las más pronunciadas con trapos o remeras mías que encontraron por ahí. Por las dudas, oculté la ropa más nueva o sana que poseo.
   Ya acontecieron esas dos semanas en los que las chapas del techo estuvieron levantadas en los contornos para poder edificar hacia arriba. El temor era que lloviera por aquéllos días. Llovió todos esos días. Los albañiles llegaban entre las 6 y 7 de la mañana, justo para cuando empezaba a llover. Así que me despertaban sólo para luego tomar mate y vernos las caras.
   Una noche tuve que salir desnudo a tapar con lonas las bolsas de cemento.
   Otra noche, el agua adentro de mi casa llegó a los 5 centímetros. Lo supe al levantarme en la oscuridad y apoyar los pies en el piso. A medio metro, la zapatilla de los enchufes, caliente y chispeante, flotaba en el agua. Desesperado, desconecté todo enseguida, acomodé las sábanas para que no tocaran el suelo, y seguí durmiendo.
   En ese tiempo, todo el baldío que me rodea estuvo anegado. Mi casa parecía un barco en un pantanal.
   Dos mañanas me desperté con dolor de cabeza a causa del tufo nauseabundo que flotaba en el ambiente. Por fin descubrí que provenía de mis zapatillas húmedas bajo la cama.
   Marcos Antonio, el Peruano, optó por no hacer más pronósticos sobre el final de obra y se limita a contarme las peleas con su ex esposa.
   Me cuesta estar higienizado. Hay restos de mezcla de cemento por todos lados, sobre la vajilla, sobre la cama, la heladera, la ropa. Para bañarme, me reinscribí en el Gimnasio Municipal. Aunque los baños son comunitarios, diría que hasta siento mayor intimidad. Sólo que ahora estoy mas cansado porque a la construcción de la obra, se me agregó la gimnasia de aparatos y pesas.
   Ahora que se perfila la forma de la obra, pareciera que encierra un carácter extraño para la gente del barrio. Los vecinos o transeúntes casuales preguntan qué estamos construyendo. Con el Peruano ensayamos distintas respuestas:”Una sucursal del Banco de Quitilipi”, “un templo”, “la Iglesia de los Santos de los Últimos Ateos”. En este caso, no sé por qué, me dijo Antonio, yo sería declarado el Apóstol de la Angustia.
   Hoy subimos las chapas hasta los 6 metros de altura y las fuimos fijando por arriba, caminando como gatos diurnos. Pero faltó una para cubrir la totalidad del techo y carecía del dinero para comprarla. Por eso ahora estoy tratando de dormir con el extraño espectáculo de la Cruz del Sur y las Tres Marías directamente sobre mi cabeza…