lunes, marzo 05, 2007

Llueven ladrillos cerámicos portantes de 18x20x30 cm.


   Y Marcos Antonio apareció.

   Desde hace unos días la nueva construcción va surgiendo en derredor de mi viejo monoambiente, hoy devenido en obraje.

   A la insana hora de las seis de la mañana llegan dos peones. Uno es Eber, el fijo, evangelista, callado. El otro peón es uno distinto en cada ocasión. Una vez, uno llegó con un minicomponentes para hacer escuchar cumbia a todo el barrio a esa temprana hora. Le pedí que por favor bajara el volumen, por lo menos hasta que amaneciera, para no perturbar a los vecinos.

   Yo me levanto a las cinco treinta, tomo unos mates y enseguida vuelco la cama hacia la pared para dejar pasar la hormigonera, los andamios… y trato de mantenerme en pie hasta la noche.

   Marcos Antonio llega entre las 7 y las 8 con unas impresionantes ganas de charlar. Gusta de hacer pronósticos permanentemente: "Para el martes ya vuá astar haciendo el encadenado y para el otro viernes ya vuá astar terminando".

   Durante la mañana llegan materiales: ladrillos, arena, granza. A las bolsas de cemento el enviado del corralón laS deja caer desde lo alto del camión y hay que recibirlas en caída sobre un hombro.

   Más desprevenido estaba cuando me avisó que algunos ladrillos no podía bajarlos con la grúa. Desde el cielo empezaron a llover ladrillos cerámicos portantes de 18 x 20 x 30 cm. que supuestamente yo debía atajar en el aire para arrojárselos a Eber a 2 metros de distancia.

   Sin siesta, me cuesta muchísimo sostener en la cabeza cómo almorzar y estar con mi hija en esta situación tan precaria, tener ideas para las clases del taller de arte, formas de conseguir dinero para la próxima compra de materiales, resolver problemas de pareja y entender las largas explicaciones del albañil sobre la conveniencia de correr una ventana 15 cm. a la derecha para ahorrar ladrillos.

   Especialmente incómodo fue el momento en que sentado en el inodoro, comenzaron a caer escombros sobre mi cabeza, porque estaban picando la pared por fuera a la altura del techo. Y rápidamente tuve que incorporarme al ver asomarse el cielo y la gorra del albañil…

Próxima entrega:
Llueven historias densas